1984
1984 es un año que recuerdo con
muchísimo cariño; supuso para mí, un punto de inflexión y, tras ciertas crisis
de identidad relacionadas más con la adolescencia que con la realidad, empecé a
encontrarme a mí mismo. Cumplía 16 años, fue
un año de transición entre mi etapa en el Instituto Villaverde, y el Instituto
de Orcasitas. Me había incorporado a este último en septiembre de 1983.


Menos mal que, a mi llegada, al menos conocía a Carlos Escudero, quien desde ese momento, unos meses después, se convirtió en casi hermano, desde entonces hasta la actualidad.
Coincidí en la misma clase con
Mercedes Antolín, que había sido compañera nuestra también en el Colegio
Villaverde. Y en esa clase, empezó mi amistad con Carmelo Iniesta, José Luis Cáscales y
Jorge Vaquero. Los dos primeros se sentaban en las ultimas mesas, y yo me
sentaba inicialmente con Mercedes. Ella era una muy buena compañía, sobresaliente
siempre en E.G.B. y grandes notas el curso anterior.
Y así inicié aquella etapa, con mucha ilusión. Pronto empecé a conocer a más gente de clase, Pedro Romo, también de Villaverde, Adela, Beatriz, Zuazo, Jafet, Emi, Maqueda, Eva, Riansares, Cid, Pablo el Mod, Blas, etc. Yo, que no había tenido Gimnasia en 1º de B.U.P porque no había instalaciones, de repente me veo en el Polideportivo de Orcasitas, una hora y media dos tardes por semana, corriendo en la pista de Atletismo. Madre mía, que estrés…mi tiempo era siempre de los peores y aquel profesor con su chubasquero azul y su bigote impoluto, era implacable. No me libraba ni una sola vez de ninguna tanda, pasé las de Caín hasta que fui poniéndome un poco más en forma.
Y así inicié aquella etapa, con mucha ilusión. Pronto empecé a conocer a más gente de clase, Pedro Romo, también de Villaverde, Adela, Beatriz, Zuazo, Jafet, Emi, Maqueda, Eva, Riansares, Cid, Pablo el Mod, Blas, etc. Yo, que no había tenido Gimnasia en 1º de B.U.P porque no había instalaciones, de repente me veo en el Polideportivo de Orcasitas, una hora y media dos tardes por semana, corriendo en la pista de Atletismo. Madre mía, que estrés…mi tiempo era siempre de los peores y aquel profesor con su chubasquero azul y su bigote impoluto, era implacable. No me libraba ni una sola vez de ninguna tanda, pasé las de Caín hasta que fui poniéndome un poco más en forma.
Y no fue solo esa la dificultad. En francés, me meto el primer día, se presenta la Profesora, Julieta, que además era nuestra tutora, y empieza a hablar ni una sola palabra en español. Yo miraba a un lado, a otro, bajaba la cabeza, me mesaba el cabello (entonces tenía, no como ahora) y disimulaba… “no entendía un carajo”. Al acabar la clase, le pregunté a Mercedes…” oye, eso… ¿siempre es así? Cuando asintió, dije…” tierra trágame, vaya cagada Alberto, vaya cagada”. Me costó mucho también entender y coger el ritmo a la clase.
Menos mal que estaba Agustín, de latín, que no se me daba muy mal, y la profesora de física, que cuando se enteró que me llamaba Alberto y por mi onomástica común con el patrón de los físicos, me gané su simpatía y parecía que las clases las daba solo para mí. Me aproveché, por supuesto, porque sin esa especial ayuda dada mi habilidad con las ciencias, no hubiese sacado adelante la asignatura.
Teresa nos daba literatura; José Antonio entonces era jefe de estudios y no nos dio matemáticas él, y lo mejor de las asignaturas, Hogar. La de disgustos que me quité de encima al evitar Diseño; yo siempre he sido bastante paquete con los rotrings; recuerdo en 1º, en el otro Instituto, la cantidad de destrozos con la tinta que hacía en aquellas malditas láminas que tanto trabajo me costaba realizar. Y qué sudores…con la cuchilla de afeitar repasando el testigo de mi pésimo pulso y peor destreza…
Con “la” Regueiro, aprendí a
coser. Las chicas de clase, al principio, me miraban un poco por encima del
hombro hasta que las demostré que podía coser un ojal mejor que ellas; ahora
eso sí, en un tiempo donde las bromas machistas eran mucho mas constante, tuve
que aguantar rayos y truenos a mis compañeros cuando volvía de Hogar y me
incorporaba a la clase… ·Qué, qué has hecho hoy, Albertito, ¿un delantal o un
vestidito?... Y las carcajadas se oían
hasta en Portería…


Muy buenos momentos los que tuve la oportunidad de vivir. Aquella tarde de “cine” en el Alphaville para ver la versión antigua de Sommersby, Le retour de Martin Guerre, en V.O.S.; las dos salidas al Teatro con Teresa para ver La Casa de Bernarda Alba (a Ana Belén) y La Muerte de un Viajante, con José Luis López Vázquez. Y luego, las cañas, y a coger volando el metro a Atocha y el 86 en el que nos volvíamos con los compañeros de la Ciudad de los Ángeles que se bajaban allí.
Inolvidable en aquel curso 1984-85 la anécdota del Congreso de los Diputados. Julieta organizó una visita con nuestro grupo al Congreso. Para ello, acordamos vernos en el Instituto a primera hora de la mañana. Y desde allí, con el 6 nos acercaríamos a la Plaza de Jacinto Benavente. Dicho y hecho. Ese día teníamos gimnasia por la tarde, con lo cual teníamos que volver a mediodía, y mi madre me había preparado el bocadillo para comer cuando tuviese un hueco.
Las medidas de seguridad del Congreso existían, pero no eran tan severas como hoy en día. Entramos, y ya dentro del recinto, atravesamos el vestíbulo y el primer torno, escáner y detector de metal. Cual es mi sorpresa cuando al pasar, aquello se dispara de forma diabólica y empieza a pitar la alarma como si no hubiera mañana. Yo, asustado, me paro. En menos de medio segundo, dos Policías Nacionales me rodean con el brazo, y dirigen su mirada hacia mi bolsa de deportes, donde guardaba mis libros, la carpeta, la ropa de gimnasia y mi bocadillo.
Ya con la Bolsa delante, uno de los dos Policías abre la cremallera y empieza a sacar cosas de allí. Y aparece la carpeta, y algunos libros, todo manchado de tomate. Sigue sacando y saca el bocadillo, de panceta con tomate, que se había abierto. Y, mientras sigue extrayendo los restos, me mira mientras yo observo sus dedos chorreando tomate encima del escaner. El otro policía gira la cabeza para esconder sus risas mientras éste sigue escarbando.
Y cual es mi sorpresa cuando de repente, de mi bolsa, aparece una barra de hierro que cuando la observo, se trata de una barra que forma parte de una silla del Instituto… madre mía…yo no sabía qué hacer, ni qué decir, cuando escucho a Carmelo y a Jorge Vaquero, a Cáscales y al resto de compañeros morirse de risa por detrás. Y Julieta, mi tutora, mirándome como diciendo: “Pero qué clase de gilipollas me he traído yo aquí” … En fin, la piedad del Cuerpo Nacional de Policía y las buenas palabras de Julieta sirvieron para que aquello no pasase de una anécdota; ahora eso sí, cuando llegamos al Instituto, nos cayó una buena a todos….
El 131 era el autobús que cogía en la parada de la Cafetería Las Vegas para ir al Instituto. Entonces el horario englobaba el día completo, mañana y tarde. Los días de gimnasia me quedaba a comer en casa de la Tía Angelina, que vivía en el Poblado, porque la clase se impartía en el Polideportivo, por la tarde. De esa forma, me daba tiempo a comer y no tenía que ir recién comido.
Un año, 1984, en el que se
incorporaban a mi vida muchos amigos. En el Instituto conocí a Javi, a través
de Carlos. Y alguna mañana nos acercábamos, en el recreo, o en alguna clase que
hacíamos “pellas”, a la Bodega de Miguel, donde me encontraba con Lola, la hija
de Tía Angelina. Menos mal que no se “chivaba” a mi madre…
Aunque pronto mi padre me cazó en una de ellas. Cruzábamos por la tarde el semáforo en la Carretera de Toledo, dirección al Parque Sur, con unas litronas que habíamos comprado en la Bodega de Miguel, cuando escucho un sonoro claxon. Al girar la cabeza, observo a mi padre haciéndome claras señas de que luego, luego hablamos… Y luego se convirtió en una gran regañina que me quitó las ganas de volver al Parque Sur…
Aunque pronto mi padre me cazó en una de ellas. Cruzábamos por la tarde el semáforo en la Carretera de Toledo, dirección al Parque Sur, con unas litronas que habíamos comprado en la Bodega de Miguel, cuando escucho un sonoro claxon. Al girar la cabeza, observo a mi padre haciéndome claras señas de que luego, luego hablamos… Y luego se convirtió en una gran regañina que me quitó las ganas de volver al Parque Sur…
Y Ajuva se iba abriendo cada vez más y más. Y en esa apertura, conocí a Zapa con quien desde ese momento compartí una gran amistad. Al igual que con Ricardo, aunque éste, ya había empezado a jugar al fútbol con nosotros años antes. Igual que Rulos, Nacho, Luis el portero, Rafita, Juan Luis, Susi el moreno, se iban incorporando a través del equipo de fútbol, o a través de la propia asociación, amigos y amigas con las que compartí maravillosos momentos, de una forma o de otra, en un año u otro.

Increíbles partidos de ping pong en nuestro santuario, que nos llevaron a federarnos y poder jugar de forma un poco más “profesional” en el Liceo, aunque el nivel de aquella competición pronto nos devolvió a La Talanquera…
Fue el año de la 1ª acampada en
Piedralaves. Nos fuimos con las tiendas de campaña, algunos de nosotros nos
adelantamos e instalamos nuestra base un poco más arriba de la Poza, llamada Charca de la Nieta. Por las
tardes, al ocaso del sol, bajábamos al pueblo y allí nos pillábamos nuestras
litronas, y o bien nos las tomábamos en una plaza que había al lado de la
carretera, o nos las subíamos de nuevo a la Poza. Qué recuerdo tengo de ver la
cara de José Luis Pascual, que era no solo nuestro entrenador, también un poco
nuestro mentor, gurú y protector, cuando se acerca la tarde de viernes allí a
Piedralaves a pasar el fin de semana…y nos ve…en la Plaza…a cada uno con una
Litrona, fumando hierba, riendo. No daba crédito… ¿Pero esto qué es? Decía…
Y aquellas noches durmiendo al aire libre (hoy se llama vivac), en las piscinas naturales que estaban construyendo y que nos saltábamos las vallas con nuestro saco de dormir y allí quedábamos finalmente en los brazos de Morfeo después de darnos un baño de risas mirando las estrellas y soltando parida tras parida…
Y aquellas noches durmiendo al aire libre (hoy se llama vivac), en las piscinas naturales que estaban construyendo y que nos saltábamos las vallas con nuestro saco de dormir y allí quedábamos finalmente en los brazos de Morfeo después de darnos un baño de risas mirando las estrellas y soltando parida tras parida…
Fue el año en el que “los Vicentes”
comenzaron a formar parte de mi vida, o yo de la de ellos. Porque esta amistad,
que con rango de “como hermanos” data de aquellos momentos, se forjó por la afinidad
que tenían mi hermano Julián y Vicente, inseparables amigos. Yo había coincidido en el Colegio con ellos, no solo con Vicente hijo
sino también con Miguel Ángel, Rosi, y Carlos. Y desde el colegio, ya mantenía
ese contacto, más por la amistad de mi hermano con Vicente que por la que yo
tuviese. Pero durante esos años, empezamos a compartir primero con Carlos y
después con Miguel, el equipo de fútbol. Y la
proximidad en el instituto con Carlos me acercaba a ellos, cada vez más.

El verano de 1984 había decidido, en lugar de ir al Cortijo a disfrutar mis vacaciones, cambiar, y pasarlo en casa de mi tía Encarna. Estuve unos días en el Cortijo, pero pronto situé mi headquarter en la Colonia Belén. Desde allí, podría ir a la Playa a estar con Carlos, con “los Vicentes”. Y así me organicé. En los primeros días, salía con mi bicicleta BH que me había llevado en el tren (bueno era de mi hermano pero él no la usaba), bajaba por la rambla hasta la estación y desde allí atravesaba el Zapillo para llegar al Quinto Pino, donde ellos, año tras año, alquilaban un chalé y disfrutaban del verano allí, los meses de Julio y agosto.
Y disfruté de unos momentos inolvidables. Vicente, Amparo...a quien pronto empecé a admirar y querer como si
fuese mi segunda madre. Mi tía me preparaba, con todo el cariño del mundo, dos
bocadillos para que me los comiese allí en la playa. Y los bocadillos
terminaban siendo la tapa que nos comíamos mientras esperábamos nuestro turno
en la ducha de abajo, porque no permitían que yo comiese bocadillos y ellos en
su casa.
Yo comía en su casa todos los días, era un hijo más, me sentía como un quinto hijo, un “satélite” como pronto me empezó a llamar con muchísimo cariño Vicente padre. Algunos días, para que mis tíos (Encarna y Pepe Andújar) me vieran el pelo, me volvía por la tarde o noche, en la bici, a dormir allí, pero eran los menos. Pasaba muchas noches allí. Me emociona recordar aquellas noches en la playa, entre hamacas, risas, bañándonos en bolas y cazando gatos en el espigón
Y compartí todo, con Carlos, con Rosi, con Miguel y con Vicente, mis
amigos, desde aquel verano, hasta el día de hoy. Yo que llevaba dinero que
había conseguido haciendo “tornillos”, era feliz, no nos faltaba de nada,
salíamos a Almería las veces que queríamos por la noche y cuando no, nos
quedábamos o su padre hacía una sangría en compañía de los franceses. Mi gran
recuerdo para Andrés, Conchita, Cristina, Ana Mari y Dudu,
También tardes de
risas con Pedro y Paco, con Trini y Manolo, con José Luis el musculitos, sus
hermanas Aurora y Crucita, y también mucha amistad con José Carlos, amigo
íntimo de Carlitos, y Yolanda, que por entonces en aquel momento era su novia.
Y los sobrinos de José Carlos, Natalio y su hermana, que como Almería es una
ciudad pequeña, eran de la misma panda de amigos del que posteriormente sería
el marido de mi prima Rosalía, Salva. Yo los llamaba los Guns And Roses Beach.
Y aquellas dos niñas jugando a las palas, las hijas del juez, que no paraban de
mirar a Carlos…
Yo comía en su casa todos los días, era un hijo más, me sentía como un quinto hijo, un “satélite” como pronto me empezó a llamar con muchísimo cariño Vicente padre. Algunos días, para que mis tíos (Encarna y Pepe Andújar) me vieran el pelo, me volvía por la tarde o noche, en la bici, a dormir allí, pero eran los menos. Pasaba muchas noches allí. Me emociona recordar aquellas noches en la playa, entre hamacas, risas, bañándonos en bolas y cazando gatos en el espigón

Con Jose Carlos, en la Boda de Carlos y Maria Rosa /(2011) |
Un verano de 1984 que comenzaba con aquella dolorosa derrota de la Selección Española frente a la Francia de Platino en el Parque de los Príncipes, y que incluía en el mes de agosto los XX Juegos Olímpicos en Los Ángeles.

Recuerdo aquella madrugada del 10 de agosto viendo a Corbalán, Epi, Andrés Jiménez, Fernando Martín, Romay midiéndose al mejor jugador de la historia del baloncesto, Michael Jordán, en el salón de la casa de mi tía Encarna.
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Discoteca Titanic |
También recuerdo aquellas tardes de viernes, o de sábado, en Titánic, especialmente con mis nuevos amigos de clase. Compaginaba salir con mis amigos, los de toda la vida, con la gente de clase.
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Galería donde estaba la carnicería donde trabajé 3 días |
