lunes, 22 de abril de 2019

Aquellos maravillosos años. 1986.




En 1986, España entraba a formar parte de la CEE desde  el 1 de enero; a lo largo del año fallecía uno de los alcaldes más emblemáticos de Madrid, Enrique Tierno Galván, votábamos en Referéndum nuestra entrada en la OTAN y se producía el desastre nuclear de Chernobil. 






Y se proclamaba Barcelona sede olímpica el 17 de octubre, para alegría de todos nosotros, por fin se celebraría una Olimpiada en nuestro país seis años después, que tantas alegrías iba a proporcionar a varias generaciones de deportistas. 




En 1986 me encontraba yo continuando mis estudios en el Instituto de Orcasitas. Había iniciado el septiembre anterior el curso de C.O.U. y ya empezaba a mostrar mis carencias en la rama de Ciencias; en Tercero de B.U.P. me había sido difícil seguir el ritmo y excepto en Química, donde conseguí unas buenas calificaciones, en Matemáticas y Física encontré un muro que ese año no pude sortear, teniendo que repetir curso con dos asignaturas al año siguiente.

Cierto es que fue un año muy convulso para mí, con circunstancias personales a las que nunca acudí para justificar mi bajonazo académico pero que, verdaderamente, tampoco me ayudaron a superarme especialmente al final del curso. En la fotografía, junto a Juani, en una escena de la obra de teatro que interpretamos al final del curso, El Principito. Reconozco que la elección de ella para el papel principal suscitó en mi cierta envidia...

En Mayo , en una visita al dermatólogo, mi padre era diagnosticado con un melanoma maligno tras el resultado de una biopsia a un lunar que ocupaba un pequeño espacio en el abdomen. El pronóstico, una vez analizados los informes, no era demasiado halagüeño y en ese momento cayó en una profunda depresión de la que nunca llegó a recuperarse del todo. A partir de aquel fatídico día, y ya yo con mis notas prácticamente a punto de confirmarse, tomamos en casa la decisión de que le acompañase, todos los días, en su trabajo, en el camión, para hacerle compañía. Para mí aquello fue muy duro; tenía que intentar que mi padre no se viniese abajo, distraerle, ayudarle a sobrellevar un presente que le anticipaba un futuro incierto, por desgracia nefasto y a la vez veraz. Fueron unos momentos muy duros; mi madre, mis hermanos, el resto de la familia volcados intentando animar a una persona a la que habían confirmado la crudeza de la evolución de la enfermedad y la estimación de su esperanza de vida.




Pero como todo lo que ocurrió en la mía desde que inicié este viaje, mientras hay vida hay esperanza y en las nuestras se cruzó, así, de forma espontánea, un bonito animal que iba a hacernos compañía y de alguna forma a distraer nuestra atención de tan terribles noticias. Jackie, que así fue bautizado, era un perrito de raza desconocida, que un día, en la parada del autobús frente a la Cafetería Las Vegas, empezó a hacerse amigo de mi hermana. Esta sucumbió ante la fuerza de su mirada, esa carita tan alegre y esa forma de caminar, y lo trajo a casa. A mis padres les dio mucha pena ese perro abandonado y, desde ese momento, ya aseado y vacunado, comenzó a formar parte de la familia y a todos nosotros nos hizo mucha compañía. 






































En AJUVA empezamos a editar nuestra primera revista, TRIBUNA JUVENIL.  En ella, con un estilo magazine, tocábamos absolutamente cualquier tema de interés, tanto asuntos del barrio como relacionados con cualquier ámbito nacional o internacional; lo bueno es que nos sentíamos tremendamente libres para poder escribir, opinar, comunicar al mundo nuestras preocupaciones, nuestros deseos de cambiarlo y también nuestras Molinadas. Llamábamos Molinada a cualquier estupidez carente de sentido, bien por contradictoria, errónea o absurda, que salia de nuestras bocas y por las que nos auto condenábamos a la burla general, que además y desde ese mismo momento, sería pública y explotada hasta la saciedad. Molina era y es, uno de los nuestros, un amigo que desde la época del Colegio Villaverde, formó parte importantísima en nuestro corazón, y cuyos comentarios dieron lugar al termino Molinadas que incluso abría, quizás, la sección más leída de la edición. 











































































Ese verano de 1986 era mi tercer verano con "los Vicentes", que también pasé en casa de mi primo Pepe Luis. Fue un verano especial, quizás marcado ya por todo lo que pasaba en casa y también porque yo no había podido superar el C.O.U.  No obstante, intenté, como cualquier chaval de 18 años, evadirme todo lo que pude, intentando coger fuerzas para el comienzo del curso en Septiembre así como para volver a hacer frente a la realidad de la que era imposible escapar. Durante algunos días de ese verano, consciente ya de la necesidad de pasar mas tiempo con mi padre, y con la llegada a Almeria de mis tíos Agustín y Antoñita, hicimos algunas excursiones a sitios maravillosos, a playas como Monsul o Los Genoveses cuyas fotografías acompañan estas letras; mis tíos se volcaron con mis padres. Mi tío Agustín se había ido convirtiendo en todo un gran amigo para mí, un baluarte y un apoyo incondicional que dio sentido a la forma de sobrellevar aquellos y posteriores momentos, siempre con una forma de ser que le situó, tras su pérdida, entre uno de mis Inmortales a los que iré dedicando algunas lineas.


























Y con Carlos, Rosi, Miguel, Vicente, Amparo, y Vicente...volví a revivir maravillosos momentos de veranos anteriores y volví a disfrutar del sentimiento tan arraigado que a ellos ya me había unido. Eran, fueron, son y serán, mis amigos; y en aquel año nos lo pasamos también genial. Y con Javi, que ese año también vino algunos días; con Jesús el Roxford y con Indiana Jones, con Paquito, y con Fernando"; qué risas en el Chalet de los Vicentes con Vicente padre, cuando Paquito decía que cuantos coches de Alicante había en Almería... jajajaja...cuando Vicente le pregunta: "Y tú como sabes eso" y el otro le contesta que es que no para de ver coches con matrícula AL...
Jesús "El roxford", Miguel, Sophie, Rosi y Paquito (yo entre ellos)
Indiana Jones,  Paquito, Rosi, Miguel, Javi, Carlos y Jesús Roxford (yo entre ellos cantando)

Y con Fernando, que por el marcado color oscuro de las plantas de sus pies fue bautizado como "Fernando Pies Negros". Madre mía, qué crueldad la nuestra, y a la vez, qué amistad, porque hay que ser amigo y a la vez poca verguenza para elegirle mote, a una persona que ha perdido un brazo entero y prácticamente todos los dedos de la mano del otro brazo, y le llamábamos "El Palmero de los Chichos". Pero había que ver a Fernando desenvolverse, incluso para encenderse "un cigarrito" como él decía... No hoy, desde entonces, todo mi reconocimiento, toda mi admiración a esa gran persona, Fernando, a quien hace mucho tiempo no he podido ver y a quien estoy deseando reencontrar...

INMORTALES. 1.- JOSE MANUEL. 

Sin embargo, a la vuelta de aquel verano de tan bonitos recuerdos, se sitúa en la curva de mi vida uno de los momentos más tristes, más impactantes y que rasgaron con violencia mi corazón.Eran aproximadamente las 18,00 horas del 19 de octubre de 1986 cuando sonó el teléfono en casa. Mi madre cogió la llamada, era mi tía Lola...el rostro, y sobre todo, sus silencios...avisaban de que algo muy malo pasaba..

Colgó el teléfono. No podía hablar...."José Manuel...ha tenido un accidente...y están en Córdoba los titos...en el Hospital Reina Sofía...Nos vamos para allá.". Fué como un puñal que se clava en tu vientre y lo abre despacio...
Tardamos pocos minutos en coger cuatro cosas y salir pitando hacia Córdoba. Yo tenía al dia siguiente el examen practico de mi carnet de conducir; mis padres me dijeron: "Quédate..que tienes el exámen". Yo les miré y ni contesté, cogí mis cosas y me apresté ligero hacia el Renault 12. "Vamonos, vamonos ya" contesté. 

Cuando llegamos a Córdoba tuvimos conciencia de la gravedad del accidente. José Manuel estudiaba en la Universidad Politécnica de Linares, sus estudios de Ingeniería técnica. Habían salido a tomar algo el sábado por la noche, y a la salida de una curva, el coche se salió de la carretera y...

Cuando tuve oportunidad de entrar a la sala donde estaba mi primo, casi mi hermano...ya supe que no volvería a verlo con vida porque aquellas máquinas asistían un hilo de vida con la esperanza de que mis tíos diesen el Sí a la donación de órganos, decisión que podía entrar en conflicto con sus creencias religiosas. Porque así ocurrió al dia siguiente. Recuerdo aquel helicóptero con gente corriendo a una velocidad endiablada portando una especie de nevera, y varias ambulancias y unidades de la Guardia Civil escoltando a su salida del Hospital....mientras mi padre, mi hermano y yo iniciamos la vuelta a Madrid. Mi hermana y Rosalía se fueron a Almería; mi madre se quedaba con mis tíos y esperarían allí el regreso de mi padre a recogerles, y nos reencontraríamos en Almería, ya con los restos de mi primo allí.
Aquella noche, miércoles 22 de Octubre, llegaban al Cortijo mis tíos y mis padres...acompañando a José Manuel, y el lugar, aquel paraje tan bonito que tantos dias, tardes y noches de gloria nos había dado, se convirtió en un Sepulcro en el que no cabía un alfiler. 

Recuerdo los ladridos de Poldark, fiel escudero y compañero de aventuras de José Manuel, cuando llegaban los coches... No había forma de calmarlo, los alaridos de aquel animal desconsolado y conocedor de la terrible pérdida anticipaban el zarpazo de la peor de las noticias que unos padres pueden recibir. 


Y en aquel momento se fue Jose Manuel pero nació para mi su Leyenda, uno de mis primeros INMORTALES. Pasarán los años, han pasado ya más de 32 pero su recuerdo es imborrable para mí. Por muchas razones, especialmente porque era una de las personas más buenas que he conocido en mi vida; era un hombre bondadoso, lo tenía todo para triunfar en la vida; un chico estupendo, buen hijo, hermano,  nieto, primo, sobrino, novio, estudiante,amigo, comprometido con el mundo, siempre dispuesto a ayudar a todos, aquella sonrisa perenne en la boca, muy trabajador, que supo en todo momento mientras estuvo en este mundo extraerle el sentido a la vida, ajeno a que esta le arrebataría su presencia de una forma cruel, despiadada, nocturna, traicionera y rastrera. Pero él habia dejado ya su testimonio, era imposible que aunque transcurriesen los años, nadie de su entorno, su familia, sus amigos, sus Llanos de La Cañada y su Alquián, lo olvidasen. Porque como siempre digo, nadie se va si no nos olvidamos de ellos y puedo aseguraros que de José Manuel, nunca ni nadie, podrá olvidarse jamás.
Podría contar muchas anécdotas; tuve con el mil y una historias, tantas como jarras de cerveza con tapas nos llegamos a tomar en Los Arcos, o en Galaxia, o kilómetros hechos con la moto por la provincia de Almería para asistir a cualquier pueblo, barrio o barriada que nos diese cobijo.
¿Y su éxito con las chicas? Yo que iba a decir, si Jose Manuel pronto se convertía en el centro de sus miradas y ojitos; bastante tenía yo con sentirme orgulloso de ir con él por si alguna de las amigas quería conversación y baile...
Retamar, Los Llanos de El Alquián y La Cañada, Aguadulce, Mojácar, La Noria, Campohermoso, San Isidro, Níjar, etc...todos y cada uno de los sitios que tuve la suerte de visitar en su compañía..
Y sus amigos, Paco Pepe el ronquillo en Los Llanos, Erick el belga, Paco Rueda,..
Sus primos,  que fueron para mi como si fuesen los míos...Antonio, Carmen Mari, Rosa, Consuelo, Maria Rosa, Carmen, Manola, y sus parejas, que los mas mayores de ellos ya incluso se habían casado; Cristóbal, Pepe, Andrés.. qué grandes personas todos ellos...sus tíos; a todos quiso, todos le quisieron con locura...
La muerte de José Manuel marcó mi vida; fue mi primer enfrentamiento con el destino sabiendo éste que siempre sale vencedor. En aquella ocasión, no fue trágico el dolor de su victoria sino su premura, lo retorcida de la misma por cobrarse aquella vida, la de mi primo, con un futuro que cualquiera que lo habiamos conocido ya podiamos presagiar de brillante... Con el paso del tiempo he ido comprendiendo que todos llegamos a la misma estación, y que en ella nos reencontraremos con aquellos que se bajaron antes de este tren. José Manuel lo hizo de forma repentina, una fria noche en una carretera inhóspita. Una noche en la que por esos regates del destino, de forma casual, yo no estaba en ese coche..
Aquel verano, Jose Manuel y yo acordamos mi viaje a Linares a conocer su mundo, su gente, su piso, su vida allí.

Y una vez cerrada la fecha para ese viaje para el fin de semana del 18 de octubre, algo surgió que impedía mi viaje: me examinaba del práctico del carnet de conducir el lunes 20 y por la cercanía a dicha fecha, decidí retrasar el viaje a otro finde. Escribí a mi primo Jose Manuel una carta para contárselo, para explicarle que mejor lo posponíamos por dicha circunstancia...
Mi corazón, roto ya por la ausencia de Jose Manuel, tuvo que sufrir otro revés. Las Navidades de aquel año decidí ir a pasar la Nochevieja con mis tios, para sumar bulto en su ya vitalicia soledad. Yo sabía que ninguna compañía podía rellenar hueco alguno, pero al menos haría lo que quería hacer y estaría donde, aun no con quien, quería estar.

Al poco de llegar, mi tia Rosalía, con un nudo en la garganta, me entregó...intacta..sin abrir...esa carta con la que con tanto cariño quise explicarle a Jose Manuel que al final no viajaría a Linares en aquella por desgracia, fatídica fecha. Y hoy la conservo, con el animo de que a quien corresponda, haga lo que debe hacer para que la misma llegue conmigo a mi estación de destino: La Isleta del Moro.. Y es que si el destino quiso que aquella carta no se abriese jamás, así sea y quede sellada para siempre...


Una gran lección de generosidad por parte de mis tíos y mi prima Rosalía permitió que personas desconocidas pudiesen vivir; la donación de sus órganos fue para todos la confirmación de que Jose Manuel seguía vivo, allí, aquí, allende los mares de Alborán que tanto amaba...
Y al poco escribí este pequeño artículo, en nuestra revista de AJUVA, en su homenaje. En él recuerdo con emoción una noche, en la Nochebuena de 1985, en la que nos refugiamos en la "Habitación de al fondo". Esta, era una pequeña habitación sin ventana que mi padre había reformado en lo que era la antigua tienda de juguetes, y que se había convertido en lugar para el descanso, para ver partidos de televisión, para juntarnos con amigos, etc. Cada uno le daba el uso que quería.
Y Jose Manuel y yo aquel 24 de Diciembre nos bajamos allí, para ponernos al día, para hablar de ilusiones, de sueños, de proyectos, de chicas, de amores y desamores, y botella en mano, nos agarramos una buena borrachera al compás de la música de Luis Eduardo Aute que nos llevó directamente hasta el Alba...




Y es que la huella de José Manuel quedó grabada para siempre. Una huella no es siempre algo físico, una señal o rastro que queda de una cosa o de un suceso. El recuerdo de Jose Manuel cruzó el espacio y el tiempo, quedó, por ejemplo, reflejada en este prólogo que con tanto cariño como tristeza, nuestro tío, el tito Manolo Hidalgo, dedicó en su libro TRAZOS, publicado en 1987.





Y quedaron su vida y su obra viajando en el tiempo, como el tigre que con tanto cariño replicó en la pared de su habitación, pintada en cada uno de nuestros corazones. Dejó su cariño, el áura que solo rodea a aquellos elegidos por la gloria, sus inagotables muestras de amor a todos los que tuvimos la suerte de conocerle, y nos impregnó con esa particular forma de ser y querer.

Va por ti, primo, el homenaje que nunca te había hecho y que ahora me siento orgulloso de escribir. Me quedé con ganas de haber pasado más tiempo contigo, y lo sabes. En aquella carta también te hablaba de esa espina que siempre me acompaña. Siempre conmigo, siempre con nosotros, nunca te olvidamos y nunca te olvidaré. 

Yo siempre lo digo; ojalá me hubiese parecido un poco más a mi primo Jose Manuel...ojalá nos pareciésemos todos y el mundo sería un poco mejor...


viernes, 15 de marzo de 2019

Aquellos maravillosos años. 1985.


1985 fue el año en el que entrabamos en la CEE; un año después se celebraría un referéndum para nuestra entrada en la OTAN. se abría la verja de Gibraltar, las mujeres entraban por primera vez y en igualdad de derechos en el Cuerpo Nacional de Policía.








En ese año, y próximo al fútbol, el recuerdo de la Final de la Copa de Europa en Heysel y de la que éramos testigos directos del fallecimiento de 38 espectadores de forma previa al partido que nunca debió disputarse. Recuerdo con tristeza las duras imágenes de aquella masacre, la entrega de la Copa de Europa entre incredulidad, lágrimas y rabia por lo ocurrido...





Mis recuerdos de aquel año comienzan tras unas Navidades estupendas con mis amigos de siempre, así como con mi nueva gente del Instituto. Con la cuesta de enero, comencé a ahorrar para conseguir ingresos por el viaje de fin de curso, que fue en abril. No solamente hacía tornillos, sino conseguía recursos adicionales mediante una Porra que organizaba semanalmente, y en la que cada número costaba 50 pesetas; entre amigos y familia conseguía cubrir cada semana los 100 números, daba un premio de 2.000 pesetas y me quedaba con 3.000 para poder costearme el viaje.

Aquel viaje Fin de Curso 1994-1995 que organizábamos los alumnos de 3º de B.U.P. junto con el Instituto lo hicimos a Lloret de Mar, y posteriormente y desde allí nos desplazamos a Andorra

Como suele ocurrir en estos viajes, era dormir de día o en los Autocares, y vivir de noche. Una semana de viaje, haciendo lo que nos daba la gana…Yo aún me pregunto cómo eran capaces algunos profesores de acompañarnos; especialmente a esa edad que la mayoría de nosotros teníamos, 17 años, éramos menores de edad totalmente descontrolados y con unas ganas locas de comernos el mundo. 

















Nada diferente a cualquier chaval a esa edad, por supuesto. Pero había que tener arrestos para confiar en que la normalidad, las reglas y la educación se convertirían en el sendero de un plácido y tranquilo viaje. Aquella realidad valía para muchos, pero no para algunos de nosotros a quienes era difícil manejar.

Habíamos creado una especie de grupo de amigos para diferenciarnos, cosas de críos. Nos llamábamos los SponjaS; en él nos integrábamos Maqueda, Cilleros, Cid, Abel, Juan Ángel y yo; era una estupidez de la edad que nos servía para mantenernos unidos y para “gallear” con otros grupos del Instituto.   




Aquel curso me había convertido en Delegado de forma no voluntaria; parte de mis compañeros me eligieron a dedo, pese a mi inicial negativa, para que no saliese otra compañera a quien no apreciaban demasiado. Derivado de esa responsabilidad, me vi obligado a pisar más de un charco, como fue enfrentarme con nuestra Profesora de Ciencias, “la Cifuentes”, por su particular y severa forma de llevar las clases, así como con Jesús de Historia, con quien tuve un pequeño desencuentro.

Jesús era un brillante profesor, muy apasionado de su asignatura y poco amigo del murmullo en clase mientras él exponía sus temas. Aquello que me ocurrió me sorprendió muchísimo, más que por inesperado, por el fondo de su comentario…
Un buen día, tras varias llamadas de atención a la clase por el escaso silencio, alguien, que doy mi palabra de que no fui yo, lanzó una bola de papel al encerado. Jesús, que se encontraba anotando en la pizarra, se giró, y con voz desairada, preguntó: “Quién de vosotros ha sido…quién de vosotros ha lanzado esto” mientras deshacía la bola de papel… “Esto es una falta de respeto muy grave…” Y en la clase, silencio sepulcral.  Volvió a repetirlo… Y en la clase, silencio sepulcral. Y, sin ningún tipo de duda y con firmeza en su conclusión, dirigió su mirada y su dedo índice hacia mí: “Teso, ha sido usted. Usted es de los que lanzan la piedra y esconden la mano”.
Mis compañeros de clase me miraban atónitos, sorprendidos, porque todo el mundo sabía quién había sido y no era yo… En menos de 1 sg, le contesté: “¿Pero tú qué coño dices? Que yo no he sido, a mí no me vas a hablar así”. Recogí mis apuntes con desaire, los metí en mi Carpeta, me levanté y me dirigí a la puerta de salida pegando un sonoro portazo… Automáticamente me fui a la Sala de Jefatura de Estudios a buscar a José Antonio para informar de lo que había ocurrido. En aquel momento el culpable de aquel incidente guardó silencio, la clase se dio por terminada. A los escasos días, Jesús se dirigió a mi de forma privada, y me pidió disculpas por aquel suceso. Yo le pregunté…” Pero Jesús, "¿qué has visto en mí para tratarme así de mal?”. No supo contestarme…y eso me preocupó aún más si cabe...
He de reconocer que aquel desagradable episodio me marcó; algunos profesores, como Asun de Filosofía, vinieron a hablar conmigo, por si tenía algún problema y quería apoyarme en ellos. Yo, sorprendido, les decía: “Pero si es que no sé que ha pasado, si es que yo no he hecho nada”… Julieta, que había sido tutora nuestra el año anterior, me advirtió: “no te cruces con Jesús que tiene mucho poder en el Claustro y te va a poner las cosas difíciles” … Sin embargo, al final, aprobé su asignatura y las dificultades me vinieron por haber elegido ciencias en lugar de letras, y eso que al final, en junio, ese año aprobé, cosa que no ocurriría un año más tarde, aunque las circunstancias iban a ser otras.
Fue un curso, aquel de 3º de B.U.P, que pese a estas pequeñas salvedades fue de esos cursos, o años, que no olvidas, que guardas en el baúl de los recuerdos y que te acompañan durante todo el viaje, vayas donde vayas, estés donde estés. Y de ese baúl extraigo algunos, como el que compartiré a continuación, más relacionado con mi familia, en concreto con mi madre, y que tanto ha dado que hablar…

Corría el mes de agosto de aquel año cuando, ya al regreso de las vacaciones, nos encontrabamos en ese espacio de tiempo en el que esperas ya el comienzo del nuevo curso escolar. Yo creo, o quizás mi percepción viene relacionada por la presencia en nuestra vida actual del aire acondicionado, que antes hacía más calor, o quizás nuestros recuerdos lo asocian así.
En todo caso, aquel fin de agosto del 85 era ciertamente caluroso. Mi madre tenía la costumbre de planchar en nuestro dormitorio, que parecía ser ligeramente mas fresquito.

Y aquel día, por la tarde, mi madre planchaba una prenda tras otra en medio de los vapores que soltaba la plancha. “Albertito, hijo, hazme un favor, y tráeme un vaso de agua fresquita del frigorífico…que estoy asada…” Y yo, que estaba en el salón, me dirijo a la cocina a prestar el servicio a mi madre. Pero en mitad del camino se aparece en mi hombro ese pequeño diablillo que todos tenemos y me susurra algo al oído…
Mientras tanto, el angelillo, en el hombro opuesto, me habla a la vez diciéndome: “No, no, no lo hagas…” Y en ese segundo en el que consciente o inconscientemente decides, preparo el vaso de agua a mi madre y me voy hacia mi dormitorio donde me la encuentro, bañada en sudor y colorada como un tomate…
Ella, con la sed que te produce la deshidratación de la exudación, toma el vaso de agua con extraordinario brío, sin testar la temperatura del cristal, y, literalmente, lo vacía en su boca….
Fue como una erupción volcánica del Timanfaya… Nunca he visto a mi madre enfadarse tanto conmigo como en aquella ocasión… Nunca ha entendido, ni entiende la broma… Y de hecho, varios días después en los que estuvo sin hablarme, así se lo recriminé…”Joder mamá es que no sabes aguantar una broma”… Y es que en aquel segundo decidí que en lugar de un vaso de agua del frigorífico, le llevaría un vaso de agua caliente a la que añadí dos cucharaditas de sal, bien disueltas, para que no se percatase del engaño…

Mientras tanto, yo seguía igualmente mi amistad con mis colegas de toda la vida, así como con mis nuevos amigos con los que nos íbamos haciendo mas grandes en AJUVA. Creo recordar que a nosotros se unió aquel año Guzmán, entonces era novio de Carmina.  Aquellas noches en La Pilarica a quien también conocíamos como “el guarro” donde nos íbamos a tomar un mini de cerveza al que acompañaba una suculenta tapa de patatas; también parábamos muchísimo por el Moisés. Madre mía la de ratos que me habré pasado en el Moisés, con Carlos, con Vicente padre, con Rosi, con Miguel; con unos y con otros. Parábamos también en El Frenazo, donde Miguel había hecho amistad con los hijos del dueño del bar.



Y entre cerveza y cerveza nos daba tiempo a ganar el Torneo de las Fiestas de Villaverde, a montar el Chiringuito para las Fiestas primero en aquel descampado frente a la Estacion de Villaverde y despues en el Parque Plata y Castañar, chiringuito que nos permitía ganarnos algún dinerillo que volaba rápido de nuestras manos...

 En fin, teníamos, como cualquier grupo, una serie de sitios a los que no fallábamos cuando las obligaciones de cada uno lo permitían, y también cuando no lo permitían… Porque recuerdo aquellos tiempos en los que subrayo siempre una sensación, la de la amistad, a la que practicaba devoción y que en algunos momentos incluso me confundía, situándome en un mundo real e irreal en el que me costaba seguir el camino de lo correcto, el que debía servirme para forjar mi propio futuro. En aquel año creo que comenzó también nuestra amistad con Yoli niña, quien junto con Pili la pollera llegó a nuestras vidas de la mano de Nines y la hermana de Yoli la Punki. Y es que éramos un grupo, AJUVA, al que aún no hemos agradecido todo y cuánto pudo hacer por nosotros porque creo que, como ocurre con el vino, la esencia de su sabor y aroma se incrementa con el tiempo...

Un año en el que mi equipo me llevaría a mi primera final europea, la de la Copa de la UEFA que disputábamos frente al Videotón y que en partido de vuelta, pese a perder en el Bernabéu por 0-1, nos permitía celebrar título europe aunque por aquellos entonces yo seguía con mi sueño de que quería ver al Madrid ganar la Copa de Europa, algo que se cumpliría 13 años después.

Fue el verano en el que llegaban al Madrid Gordillo, Maceda y Hugo Sánchez, que junto con la llegada de Buyo al años siguiente, compondrían un equipo de fábula que aunque no hizo que se cumpliese mi sueño, sí me dio unas tardes inolvidables de fútbol con mi padre, de pie, en aquella grada lateral del fondo norte, a mitad de camino entre la línea de fondo y el centro del campo..


Aquel verano de 1985 también fue increíble para mí. Al igual que el anterior, mi sitio volvía a estar con “los Vicentes” y así ocurrió; solo que en este año decidí cambiar mi lugar de residencia “oficial”. En lugar de quedarme a dormir en casa de mi tía Encarna, y atendiendo también un poco la invitación de mis primos Pepe Luis y Nieves, me instalé en su casa. Pero vamos, que era todo como el año anterior, que allí solo pernoctaba de cuando en cuando y para pasar revista. Mis primos viven mas cerca de El Quinto Pino y con mi bicicleta el trayecto era menor; por otra parte, le quitaba trabajo a mi tía Encarna de prepararme los bocadillos y hacerme la comida cuando iba a comer; aunque, como siempre digo, fue un honor para mí tener la oportunidad de compartir aquel verano con ellos…


En casa de Pepe Luis se me quedaron grabados varios recuerdos. Uno de ellos es el equipo musical que tenía y un LP, que no me canse de oír aquel verano cuando estaba en su casa, con un sonido extraordinario y aquellos cascos que me permitían oírlo a toda pastilla en el silencio de la noche sin molestar a mis primos…qué maravilla de CRISES de MIKE OLDFIELD …

Y otro es la celebración de su aniversario. Habían quedado con mis padres a comer paella en su casa. Nieves preparó una suculenta y sabrosa paellera a la que no le faltaba detalle. Pues bien, cinco minutos, diez, quince, treinta…y mis padres que no vienen. A esto que ya le da a Pepe por llamar a casa de mi tío Manolo…y heles allí, tan panchos, no se habían dado cuenta de que habían quedado a la misma hora, el mismo día, en dos sitios distintos. El caso es que, para que la paella no se quedase por el “plantón” de mis padres, me puse a comer y me puse morado…A tal efecto que luego no podía ni moverme del dolor de barriga que me dio….
Fue el verano en el que conocí a Sophie; Sophie veraneaba con sus padres y hermanas en Alboloduy, un pueblecito de las proximidades de Tabernas en Almería. Eran franceses, y, dos o tres días por semana, bajaban desde Alboloduy y siempre repetían hamaca en el mismo sitio, allí en la playa de el Quinto Pino. Y comenzó entre nosotros una amistad que permaneció durante bastantes años a través de innumerables cartas entre ambos. Mas o menos con una frecuencia semanal, tenía noticias de Sophie y a su vez, ella mías. Recuerdo que casi no hablaba español, tenía que hablar con ella todo el tiempo en francés y eso me ayudó mucho en clase. Luego pasaron los años y no recuerdo exactamente cuando nos dejamos de escribir; aun conservo aquellas cartas y alguna fotografía de ella y de sus hermanas. Recuerdo cómo nos miraba su padre, y los gestos de desaprobación de su madre hacia él cuando Sophie venía con nosotros a dar un paseo por la playa o a tomar una cervecita al chiringuito…

Aquel verano fue también para mi inolvidable. Aquellos días en los que vino Javi a pasar unos días también allí; aquellas noches en la playa, la noche de las dos lunas, las copas que nos tomábamos por las Cuatro Calles, el pub WAGON, el otro pub que era como un submarino, el Capitán Nemo; también el Maravillas, el Qué e lo que é…… y los ratos interminables jugando a las palas, aquellas volteretas que solo Miguel conseguía realizar como si fuese un perfecto saltimbanqui y que daban milagrosamente con su estirpe intacta y de pie.






Y Stephan el belga, los partidos de futbito en la playa; al final se repetían muchos días del verano anterior pero que quedaron grabados para mi en lo más profundo de mi corazón.

Y entonces aún no teníamos ni siquiera carné de conducir, y mucho menos coche; excepto Miguel y Vicente, pero no importaba, íbamos y veníamos del centro de Almería caminando si era necesario. La Plaza de Manolo Escobar, los sherigan de aquel bar de Ciudad Jardín….


Pasado el verano, nuevo curso escolar y C.O.U. que inicié con dudas. COU ya era un curso al que solo asistíamos por la mañana pero recuerdo que había que comenzar antes; las clases se iniciaban a las 8,00 aproximadamente y terminábamos sobre las 14,00 h; teníamos ciertamente toda la tarde libre para estudiar, o para lo que quisiésemos.
Terminaba el año con mi sorteo del servicio militar, cuarto reemplazo de 1987, en el que Carlos y Rulos saldrían exentos y aquello serviría para una enésima celebración; tuvimos cada uno de nosotros diferente suerte disfrazada de  diversos destinos: algunos a Madrid, otros a Cáceres, Zaragoza,  y el peor, Nacho, durante un año que sería interminable y del que seríamos testigos no presenciales pero sí por correo: Aún guardo igualmente las decenas de cartas intercambiadas con Nacho desde Melilla...


sábado, 9 de febrero de 2019

Aquellos maravillosos años. 1984.


1984

1984 es un año que recuerdo con muchísimo cariño; supuso para mí, un punto de inflexión y, tras ciertas crisis de identidad relacionadas más con la adolescencia que con la realidad, empecé a encontrarme a mí mismo. Cumplía 16 años, fue un año de transición entre mi etapa en el Instituto Villaverde, y el Instituto de Orcasitas. Me había incorporado a este último en septiembre de 1983. 

Tenía ilusión por el cambio; en el Instituto Villaverde había estado muy a gusto, pero de alguna manera, pesaba sobre mí la decisión de la que yo mismo había sido partícipe, de cambiarme de Instituto. Las instalaciones, el horario, eran argumentos que me impulsaron al cambio de Villaverde a  Orcasitas. Pero por otro lado, éste último aunaba peligros que supuestamente suponían una amenaza para mi progreso: compañías desconocidas, más libertad, unos kilómetros añadidos de distancia con respecto a mi casa…

Orcasitas organizaba sus cursos recopilando alumnos de buena parte de la zona Sur de Madrid, porque no había demasiados Institutos para cursar Bachillerato. Al igual que para ciertas ramas de la Formación Profesional, mis amigos Julio, Goyo o Natalio habían tenido que “emigrar” a “La Paloma”, los del Bachillerato teníamos Orcasitas como referencia.

Menos mal que, a mi llegada, al menos conocía a Carlos Escudero, quien desde ese momento, unos meses después, se convirtió en casi hermano, desde entonces hasta la actualidad.

Coincidí en la misma clase con Mercedes Antolín, que había sido compañera nuestra también en el Colegio Villaverde. Y en esa clase, empezó mi amistad con Carmelo Iniesta, José Luis Cáscales y Jorge Vaquero. Los dos primeros se sentaban en las ultimas mesas, y yo me sentaba inicialmente con Mercedes. Ella era una muy buena compañía, sobresaliente siempre en E.G.B. y grandes notas el curso anterior.



Y así inicié aquella etapa, con mucha ilusión. Pronto empecé a conocer a más gente de clase, Pedro Romo, también de Villaverde, Adela, Beatriz, Zuazo, Jafet, Emi, Maqueda, Eva, Riansares, Cid, Pablo el Mod, Blas, etc.  Yo, que no había tenido Gimnasia en 1º de B.U.P porque no había instalaciones, de repente me veo en el Polideportivo de Orcasitas, una hora y media dos tardes por semana, corriendo en la pista de Atletismo. Madre mía, que estrés…mi tiempo era siempre de los peores y aquel profesor con su chubasquero azul y su bigote impoluto, era implacable. No me libraba ni una sola vez de ninguna tanda, pasé las de Caín hasta que fui poniéndome un poco más en forma.


Y no fue solo esa la dificultad. En francés, me meto el primer día, se presenta la Profesora, Julieta, que además era nuestra tutora, y empieza a hablar ni una sola palabra en español. Yo miraba a un lado, a otro, bajaba la cabeza, me mesaba el cabello (entonces tenía, no como ahora) y disimulaba… “no entendía un carajo”. Al acabar la clase, le pregunté a Mercedes…” oye, eso… ¿siempre es así? Cuando asintió, dije…” tierra trágame, vaya cagada Alberto, vaya cagada”. Me costó mucho también entender y coger el ritmo a la clase.







Menos mal que estaba Agustín, de latín, que no se me daba muy mal, y la profesora de física, que cuando se enteró que me llamaba Alberto y por mi onomástica común con el patrón de los físicos, me gané su simpatía y parecía que las clases las daba solo para mí. Me aproveché, por supuesto, porque sin esa especial ayuda dada mi habilidad con las ciencias, no hubiese sacado adelante la asignatura.




Teresa nos daba literatura; José Antonio entonces era jefe de estudios y no nos dio matemáticas él, y lo mejor de las asignaturas, Hogar. La de disgustos que me quité de encima al evitar Diseño; yo siempre he sido bastante paquete con los rotrings; recuerdo en 1º, en el otro Instituto, la cantidad de destrozos con la tinta que hacía en aquellas malditas láminas que tanto trabajo me costaba realizar. Y qué sudores…con la cuchilla de afeitar repasando el testigo de mi pésimo pulso y peor destreza…
Con “la” Regueiro, aprendí a coser. Las chicas de clase, al principio, me miraban un poco por encima del hombro hasta que las demostré que podía coser un ojal mejor que ellas; ahora eso sí, en un tiempo donde las bromas machistas eran mucho mas constante, tuve que aguantar rayos y truenos a mis compañeros cuando volvía de Hogar y me incorporaba a la clase… ·Qué, qué has hecho hoy, Albertito, ¿un delantal o un vestidito?...  Y las carcajadas se oían hasta en Portería…


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Muy buenos momentos los que tuve la oportunidad de vivir. Aquella tarde de “cine” en el Alphaville para ver la versión antigua de Sommersby, Le retour de Martin Guerre, en V.O.S.; las dos salidas al Teatro con Teresa para ver La Casa de Bernarda Alba (a Ana Belén) y La Muerte de un Viajante, con José Luis López Vázquez. Y luego, las cañas, y a coger volando el metro a Atocha y el 86 en el que nos volvíamos con los compañeros de la Ciudad de los Ángeles que se bajaban allí.


Inolvidable en aquel curso 1984-85 la anécdota del Congreso de los Diputados. Julieta organizó una visita con nuestro grupo al Congreso. Para ello, acordamos vernos en el Instituto a primera hora de la mañana. Y desde allí, con el 6 nos acercaríamos a la Plaza de Jacinto Benavente. Dicho y hecho. Ese día teníamos gimnasia por la tarde, con lo cual teníamos que volver a mediodía, y mi madre me había preparado el bocadillo para comer cuando tuviese un hueco.  
Las medidas de seguridad del Congreso existían, pero no eran tan severas como hoy en día. Entramos, y ya dentro del recinto, atravesamos el vestíbulo y el primer torno, escáner y detector de metal. Cual es mi sorpresa cuando al pasar, aquello se dispara de forma diabólica y empieza a pitar la alarma como si no hubiera mañana. Yo, asustado, me paro. En menos de medio segundo, dos Policías Nacionales me rodean con el brazo, y dirigen su mirada hacia mi bolsa de deportes, donde guardaba mis libros, la carpeta, la ropa de gimnasia y mi bocadillo.

Ya con la Bolsa delante, uno de los dos Policías abre la cremallera y empieza a sacar cosas de allí. Y aparece la carpeta, y algunos libros, todo manchado de tomate. Sigue sacando y saca el bocadillo, de panceta con tomate, que se había abierto. Y, mientras sigue extrayendo los restos, me mira mientras yo observo sus dedos chorreando tomate encima del escaner. El otro policía gira la cabeza para esconder sus risas mientras éste sigue escarbando.




Y cual es mi sorpresa cuando de repente, de mi bolsa, aparece una barra de hierro que cuando la observo, se trata de una barra que forma parte de una silla del Instituto… madre mía…yo no sabía qué hacer, ni qué decir, cuando escucho a Carmelo y a Jorge Vaquero, a Cáscales y al resto de compañeros morirse de risa por detrás. Y Julieta, mi tutora, mirándome como diciendo: “Pero qué clase de gilipollas me he traído yo aquí” … En fin, la piedad del Cuerpo Nacional de Policía y las buenas palabras de Julieta sirvieron para que aquello no pasase de una anécdota; ahora eso sí, cuando llegamos al Instituto, nos cayó una buena a todos….



El 131 era el autobús que cogía en la parada de la Cafetería Las Vegas para ir al Instituto. Entonces el horario englobaba el día completo, mañana y tarde. Los días de gimnasia me quedaba a comer en casa de la Tía Angelina, que vivía en el Poblado, porque la clase se impartía en el Polideportivo, por la tarde. De esa forma, me daba tiempo a comer y no tenía que ir recién comido.

Un año, 1984, en el que se incorporaban a mi vida muchos amigos. En el Instituto conocí a Javi, a través de Carlos. Y alguna mañana nos acercábamos, en el recreo, o en alguna clase que hacíamos “pellas”, a la Bodega de Miguel, donde me encontraba con Lola, la hija de Tía Angelina. Menos mal que no se “chivaba” a mi madre…







Aunque pronto mi padre me cazó en una de ellas. Cruzábamos por la tarde el semáforo en la Carretera de Toledo, dirección al Parque Sur, con unas litronas que habíamos comprado en la Bodega de Miguel, cuando escucho un sonoro claxon. Al girar la cabeza, observo a mi padre haciéndome claras señas de que luego, luego hablamos… Y luego se convirtió en una gran regañina que me quitó las ganas de volver al Parque Sur…








Y Ajuva se iba abriendo cada vez más y más. Y en esa apertura, conocí a Zapa con quien desde ese momento compartí una gran amistad. Al igual que con Ricardo, aunque éste, ya había empezado a jugar al fútbol con nosotros años antes. Igual que Rulos, Nacho, Luis el portero, Rafita, Juan Luis, Susi el moreno, se iban incorporando a través del equipo de fútbol, o a través de la propia asociación, amigos y amigas con las que compartí maravillosos momentos, de una forma o de otra, en un año u otro.

Increíbles partidos de ping pong en nuestro santuario, que nos llevaron a federarnos y poder jugar de forma un poco más “profesional” en el Liceo, aunque el nivel de aquella competición pronto nos devolvió a La Talanquera…

Fue el año de la 1ª acampada en Piedralaves. Nos fuimos con las tiendas de campaña, algunos de nosotros nos adelantamos e instalamos nuestra base un poco más arriba de la Poza, llamada Charca de la Nieta.  Por las tardes, al ocaso del sol, bajábamos al pueblo y allí nos pillábamos nuestras litronas, y o bien nos las tomábamos en una plaza que había al lado de la carretera, o nos las subíamos de nuevo a la Poza. Qué recuerdo tengo de ver la cara de José Luis Pascual, que era no solo nuestro entrenador, también un poco nuestro mentor, gurú y protector, cuando se acerca la tarde de viernes allí a Piedralaves a pasar el fin de semana…y nos ve…en la Plaza…a cada uno con una Litrona, fumando hierba, riendo. No daba crédito… ¿Pero esto qué es? Decía…



Y aquellas noches durmiendo al aire libre (hoy se llama vivac), en las piscinas naturales que estaban construyendo y que nos saltábamos las vallas con nuestro saco de dormir y allí quedábamos finalmente en los brazos de Morfeo después de darnos un baño de risas mirando las estrellas y soltando parida tras parida…





Fue el año en el que “los Vicentes” comenzaron a formar parte de mi vida, o yo de la de ellos. Porque esta amistad, que con rango de “como hermanos” data de aquellos momentos, se forjó por la afinidad que tenían mi hermano Julián y Vicente, inseparables amigos. Yo había coincidido en el Colegio con ellos, no solo con Vicente hijo sino también con Miguel Ángel, Rosi, y Carlos. Y desde el colegio, ya mantenía ese contacto, más por la amistad de mi hermano con Vicente que por la que yo tuviese. Pero durante esos años, empezamos a compartir primero con Carlos y después con Miguel, el equipo de fútbol. Y la proximidad en el instituto con Carlos me acercaba a ellos, cada vez más.















El verano de 1984 había decidido, en lugar de ir al Cortijo a disfrutar mis vacaciones, cambiar, y pasarlo en casa de mi tía Encarna. Estuve unos días en el Cortijo, pero pronto situé mi headquarter en la Colonia Belén. Desde allí, podría ir a la Playa a estar con Carlos, con “los Vicentes”. Y así me organicé. En los primeros días, salía con mi bicicleta BH que me había llevado en el tren (bueno era de mi hermano pero él no la usaba), bajaba por la rambla hasta la estación y desde allí atravesaba el Zapillo para llegar al Quinto Pino, donde ellos, año tras año, alquilaban un chalé y disfrutaban del verano allí, los meses de Julio y agosto.

Y disfruté de unos momentos inolvidables. Vicente, Amparo...a quien pronto empecé a admirar y querer como si fuese mi segunda madre. Mi tía me preparaba, con todo el cariño del mundo, dos bocadillos para que me los comiese allí en la playa. Y los bocadillos terminaban siendo la tapa que nos comíamos mientras esperábamos nuestro turno en la ducha de abajo, porque no permitían que yo comiese bocadillos y ellos en su casa.


Yo comía en su casa todos los días, era un hijo más, me sentía como un quinto hijo, un “satélite” como pronto me empezó a llamar con muchísimo cariño Vicente padre. Algunos días, para que mis tíos (Encarna y Pepe Andújar) me vieran el pelo, me volvía por la tarde o noche, en la bici, a dormir allí, pero eran los menos. Pasaba muchas noches allí. Me emociona recordar aquellas noches en la playa, entre hamacas, risas, bañándonos en bolas y cazando gatos en el espigón 




Y compartí todo, con Carlos, con Rosi, con Miguel y con Vicente, mis amigos, desde aquel verano, hasta el día de hoy. Yo que llevaba dinero que había conseguido haciendo “tornillos”, era feliz, no nos faltaba de nada, salíamos a Almería las veces que queríamos por la noche y cuando no, nos quedábamos o su padre hacía una sangría en compañía de los franceses. Mi gran recuerdo para Andrés, Conchita, Cristina, Ana Mari y Dudu,





Con Jose Carlos, en la Boda de Carlos y Maria Rosa /(2011)
También tardes de risas con Pedro y Paco, con Trini y Manolo, con José Luis el musculitos, sus hermanas Aurora y Crucita, y también mucha amistad con José Carlos, amigo íntimo de Carlitos, y Yolanda, que por entonces en aquel momento era su novia. Y los sobrinos de José Carlos, Natalio y su hermana, que como Almería es una ciudad pequeña, eran de la misma panda de amigos del que posteriormente sería el marido de mi prima Rosalía, Salva. Yo los llamaba los Guns And Roses Beach. Y aquellas dos niñas jugando a las palas, las hijas del juez, que no paraban de mirar a Carlos…



Un verano de 1984 que comenzaba con aquella dolorosa derrota de la Selección Española frente a la Francia de Platino en el Parque de los Príncipes, y que incluía en el mes de agosto los XX Juegos Olímpicos en Los Ángeles.

Recuerdo aquella madrugada del 10 de agosto viendo a Corbalán, Epi, Andrés Jiménez, Fernando Martín, Romay midiéndose al mejor jugador de la historia del baloncesto, Michael Jordán, en el salón de la casa de mi tía Encarna.

Discoteca Titanic 
Al regreso de aquel verano, curso 1984-85 y tercero de BUP. Yo me había decantado por ciencias pensando que podría con ellas; error garrafal pues aunque en tercero ya me costaron un triunfo, en C.O.U. al año siguiente me costaría repetir con dos asignaturas. Pero en aquella decisión también tuvo mucho que ver la escasa corta de miras asociada de forma directamente proporcional a la edad, pues tomé aquella decisión con la única premisa de seguir en la misma clase que mis amigos. Y así pasó…

También recuerdo aquellas tardes de viernes, o de sábado, en Titánic, especialmente con mis nuevos amigos de clase. Compaginaba salir con mis amigos, los de toda la vida, con la gente de clase.


Galería donde estaba la carnicería donde trabajé 3 días
Un año en el que el paro en España crecía por el desmantelamiento industrial; ese paro me llevo a las oficinas del I.N.E.M y tras varias entrevistas fallidas, tuve oportunidad de trabajar unos días en una carnicería en la calle Isabelita Usera, en un mercadillo. Pero no debi tener demasiada destreza cortando filetes porque a los pocos días, me dijeron que no volviese más. Mientras tanto, en España se condenaba al asesino de los Marqueses de Urquijo, y ese mismo año Paquirri perdía la vida en la plaza de Pozoblanco por la cogida de un toro.



Terminaba ese año en el Bernabeu disfrutando de una de las noches mas recordadas por el madridismo, el antológico 6-1 al Anderletch en una Copa de la UEFA en la que el Madrid se haría con el titulo al año siguiente. Y yo estaba en el campo, con mi padre, como tantas y tantas tardes y noches. Mi padre me había inyectado el madridismo con gran dosis de mesura, de moderación, y respeto. Aunque a mí, por desgracia, me seducía más el lado oscuro del fanatismo...  Mis idolos, Juanito, Santillana, Camacho, Stielike y la quinta del Buitre. Aun me emociono cuando veo las imágenes de Juanito, celebrando una victoria, saltando en el Santiago Bernabéu… porque para mí representa ese genio y figura, esa competitividad, ese darlo todo por unos colores...hasta su propia carrera por el pisotón...y después su propia vida...Siempre Juanito.