Reconozco que siempre me ha
gustado la Navidad. Sí, ya sé que es una época difícil, que la ausencia de
aquellos que un día se alejaron definitivamente de nosotros se convierte en una
carga que parece tener más peso en estas fechas. Días también de ciertas contradicciones por no llamarlas hipocresia, dónde por la sinrazón de la costumbre a veces compartes con quienes durante el año parten y reparten sin piedad... Noches de luces y sombras, de penas y alegrías; tardes a veces inolvidables y otras para olvidar, a veces en compañía y otras, como le ocurre a tanga gente, en soledad.
Sí, la Navidad también es eso…
Sí, la Navidad también es eso…
Para mí, intentando superar la cara oculta de lo que a veces no queremos y otras no podemos ver, Navidad significa algo mucho más profundo,
entrañable y cálido. Siempre he amado la Navidad.
Tiempo, para el regreso, para
el “Vuelve…a casa vuelve…por Navidad…”, tiempo para las Cestas pululando por el Metro, momentos de reencuentro, cenas y comidas de Pascua que
terminan a las mil horas, miles de bombillas adornando las restricciones
del acceso a Madrid Central, los puestos para comprar en la calle, esas
castañas que parece que en estas fiestas tan señaladas cobran un sabor especial.
Es verdad, Navidad
son también olores, sensaciones, sabores, atascazos y una calle Preciados
intransitable; una buena película en el Cine una tarde de lluvia, o
como cuando era niño, ir a patinar a la extinta Ciudad Deportiva…
Me gusta la Navidad. Me gusta
saber que Madrid se hace más grande, cada puente de la Inmaculada, para recibir
millones de visitas de gente que viene a comprar Lotería, a la Plaza Mayor, a
ver Cortilandia, a comerse ese fantástico bocadillo de calamares, a ver los
Belenes que recrean el Nacimiento de Jesús.
No soy una persona excesivamente
religiosa; no hace demasiadas semanas pude volver a hacer las paces con Dios,
cosas mías, pero me encantaba ir a misa el día de Navidad. Antes de ser marido,
y luego padre, pude practicar esta afición, no con excesiva aunque sí con agradable
frecuencia. Me resultaba gratificante, incluso quizás más a mi alma, porque
siempre he pensado que amar la Navidad podría hacer de mí mejor persona, y
confieso que aún lo creo, aunque no sé si lo consigo...
Aunque la Navidad realmente sucede todos los días. Hace esacasa fechas tuve la sensación de disfrutar
de una Nochebuena que ocurría a cien metros del mar, en Almería, tomando unas
cervezas y unas tapas con mi prima Mari Ángeles, sus hijos y nosotros, rodeados de un Sol espléndido y a escasos cien metros de mi recordado Quinto Pino...
O con esa bendicion de criatura venida para alegrarnos que se llama Gabriel y a quien tuvimos la suerte de acompañar en su Bautizo...Porque esa sensación era la misma, la de la alegría de volver a vernos y poder, sobre todo, compartir momentos, hacer historia y formar parte de la de los demás.
O con esa bendicion de criatura venida para alegrarnos que se llama Gabriel y a quien tuvimos la suerte de acompañar en su Bautizo...Porque esa sensación era la misma, la de la alegría de volver a vernos y poder, sobre todo, compartir momentos, hacer historia y formar parte de la de los demás.

Nunca pensé en esa frase de “La mejor lotería es la salud”, que se
convierte en un tópico, especialmente cuando no te preocupa, pero que cuando lo
hace deja de serlo para transformarse en un suspiro…en una respiración agitada y en una mirada
perdida hasta que te renuevan esa bendita prórroga..
Pero no hace falta temer por la
salud para adorar el tiempo de Adviento. Yo siempre he disfrutado muchísimo de
la Navidad, como cuando asistía con mis amigos y compañeros a la Plaza Mayor de
Madrid. Y cómo disfrutaba, ese último día de clases, especialmente cuando
terminaba cada curso de B.U.P y C.O.U. para acudir, desde Orcasitas, a tomar contacto con el sabor de la litrona, el olor y el
sabor de algunos cigarros furtivos, el tacto de la amistad, la alegría del
brindis y las lágrimas de las despedidas… Aquellas tortillas en el Mesón de la
Mazmorra o de la Tortilla, tardes noches de Navidad entre canciones, guitarras
y apologías a la amistad, dulces recuerdos del regreso en el búho, solo o
acompañado, bañado en juventud y en nostalgia…
Es navidad, igual que lo fue hace
35 años cuando participábamos, con una ilusión solo comparable al esfuerzo que
nos acompañaba, para crear aquella Carroza de Romanos en las Carrozas de Reyes
de la Junta Municipal de Villaverde. Tardes y tardes de trabajo, como en
Fuenteovejuna, todos a una, entre clavos, astillas y entre chapados, pintura y
mucha imaginación. Y como lo disfrutábamos, viendo desde la humilde altura de
aquel carruaje, las sonrisas de esos niños que abrían sus manos de par en par
para recoger algún caramelo… Una experiencia inolvidable, sin duda, no solo por
experiencia, ni tampoco por inolvidable, sino más por haber sido compartida, en
amistad, pero también en Navidad…
O cuando organizábamos nuestras
increíbles fiestas de nochevieja en La Talanquera, local generosamente cedido
por la Parroquia de San Andrés y que como ya he contado anteriormente, se
convirtió en el centro de Operaciones de AJUVA. Aquel improvisado ropero, aquel
traje de Kung Fu con el que se vistió Miguel Ángel, nuestros turnos de barra,
los tickets de las consumiciones y los bidones negros repletos de hielo y
bebida…
Recuerdos que viajan disfrutando
de la Nochebuena en el Distrito 21, el local de Paco, Nico y Alberto… Navidades
que transcurrían al ritmo de la música, entre baile y alegría, una noche sí y
otra también, en el momento, en la víspera, en el after… Y a las 22,00 horas,
corriendo a casa porque ya va siendo hora y menuda movida me van a montar si
llego más tarde… Pero era Nochebuena…
También recuerdo una Nochebuena,
años antes, que tuvo para mí un carácter especial; quizás porque fue una de las
primeras veces que podía sentir en mis piernas el efecto del alcohol,
acompañado de mis amigos, aquella plaza cercana a la Parroquia de Nuestra
Señora del Pino… Esa misma noche, entre risas y lágrimas, cogiendo el 131 para
ir a cenar a casa de mis tíos en Carabanchel, y perderme entre la niebla de aquellas
calles sin poder llegar a tiempo de sentarme a degustar el sabroso cabrito de
mi tía Antoñita…allá por la calle Mirabel…
Navidades escuchando Last
Christmas de Wham que me recuerda al Ford Fiesta de mi amigo Javito y las Mil y
una noches en él vividas, desde Chinchón (y no por las Cuevas del Vino) a casa
de mi amiga Yoli niña, viendo la cara de sorpresa de sus padres, pobrecitos,
cuando veían que su niña de 16 años se iba de fiesta de Nochevieja con aquellos
jovenzuelos con derecho a voto y guiados
por quien sabe qué intenciones… Y el Año nuevo de Mecano resonando una y otra
vez en la pletina de mi Radiocasete….
No tendría entradas en este blog
para recordar tantos y tan bellos momentos; miles supongo. Uno en la retina,
aquella borrachera en la trastienda reformada del local, ya extinto como Tienda
de Juguetes, y que nos permitió a mi primo José Manuel y a mí, brindar por la
amistad, por la vida, por todos nosotros, y que dio con nuestros huesos en
aquel frio suelo cuando la tenue luz del día queria abrirse camino. Fue una noche mágica, inolvidable, que nos unió muy por encima de la distancia que hoy nos separa. Una noche escuchando a Luis Eduardo Aute, entre sueños y confesiones, cantándole nuestras penas y alegrías "Al Alba"...
Pobrecilla,
que cara se le quedó… Pero aquello se convirtió en Leyenda, esa que hará que como
ocurre cada año, vuelva a romper en diminutos cristalitos esa copa, vaciando
sus últimas gotas sobre mi cabeza, de espaldas, para que con esa rotura se
vayan los malos rollos, la mala suerte, y que todas las desgracias e
infortunios que forman parte de lo cotidiano, se espanten y nos dejen vivir tranquilos...
Mis pensamientos vuelan a aquella cena de Nochebuena de 1991, algo más de dos meses después del largo viaje que mi padre había iniciado. Una triste velada entre lágrimas ocultas, sorbiendo el dolor y mal trago de la ausencia quizás camuflado por una copa de vino tras otra.
Porque las ausencias duelen, pese a los años, pese a los silencios... Ellos no pueden ya hablarnos, decirnos, guiarnos...
Sin embargo, y aunque cada año que pasa parece que a todos se nos baja alguno de nuestro tren, en realidad se suben al AVE de nuestros recuerdos, de nuestra admiración, de nuestro cariño. Por eso para mí es tan importante recordarles, mantener sus miradas vivas entre nosotros, también estos días en los que, es verdad, tanto les echamos de menos...
Fotografías que dejan huella de momentos que forman parte de un Cuento de Navidad que empezamos a escribir cuando eramos pequeños, cuando respiramos y mamamos esa alegría de la familia y que afortunadamente hemos intentado replicar, a veces con mayor o menor éxito, pero siempre con una extraordinaria ilusión... Papá Noel disfrazado de mis hijos, siempre nos ha aportado esa magia que rodea estas fiestas tan entrañables.
Eso es, para mí, la Navidad, esa sensación de querer y sentirte querido, de buscar errores en este fin del calendario y de prometerme a mí mismo lealtad y sabiduría para no tropezar en los mismos muros. Yo, que no soy inmortal como aquellos a quienes tanto echamos de menos y que llegaron ya a su destino, vivo la Navidad con emoción, con respeto a quienes celebran el Nacimiento de Jesucristo, y sobre todo, con cariño, esa palabra que me permite caer y volver a levantarme sucesivamente, y que, por casualidades del destino, nunca puedo devolver la inmensa cantidad que recibo.
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¡Feliz Navidad y Feliz año Nuevo! |