domingo, 27 de enero de 2019

Aquellos maravillosos años. 1983.


1983

Había acabado ya mi etapa del Colegio y era emocionante ese paso, el cambio al Instituto. Aunque como siempre ocurre, la rumorología anunciaba un futuro nada halagüeño: “Ya verás, allí no vayas a pensarte que vas a sacar esas notas…” “A ver si te crees tú que va a ser como en el Colegio, que allí no están pendientes de vosotros…” y así, un mensaje tras otro. Algo habitual, y sucesivo generación tras generación. 

A la vuelta de aquel verano del 82, que como cada año disfrutaba de unos merecidos días de descanso en el Cortijo de mis tíos Inocencio y Rosalía, llegó el mes de septiembre y a finales, o primeros de octubre, me incorporé ya al Instituto Villaverde. 



Este no gozaba de sede propia, compartía instalaciones con el antiguo Colegio San Roque, muy cerquita de lo que hoy en día es la Estación de Cercanías de Puente Alcocer. Unos años más tarde, y después de mi paso por allí (solo estuve 1º de B.U.P), el Instituto afianzó instalaciones propias próximo al Parque del Obispo y cambió su nombre por el de Instituto Celestino Mutis.

Cuando llegué al Instituto, los avisos recibidos confirmaban la realidad. Yo, que nunca había suspendido una asignatura, me encontré con el primer varapalo. 1ª evaluación de Ciencias Naturales, Insuficiente. No daba crédito; yo, que había aprobado siempre, recibiendo las notas que incluían ese "cate". Y, como es lógico y normal, la noticia de mi suspenso no fue demasiado bien recibida por mis padres, acostumbrados a otro tipo de notas.  Al finalizar el curso pude remontarla, no sin gran esfuerzo porque la forma de dar las clases me sorprendió. Teníamos un profesor de Lengua Española, que se llamaba Don Luis Rejas, que había tenido el orgullo de dar clases al Rey hoy emérito, Juan Carlos I. Era la viva imagen del antiguo régimen, dirigía las clases con una autoridad paralela a su avanzada edad, y sólo si eras capaz de replicar con literalidad exacta los apuntes que nos daba al dictado, conseguías aprobar. No perdonaba una coma, y, muchísimo menos, una tilde.

Las clases comenzaban a las 17,15, una vez que el horario escolar de la E.G.B había finalizado. Aquellos mini pupitres donde nos sentábamos eran de Liliput; los más grandes, como Juan Miguel Gómez Calle (Juanmi) no sabían qué hacer con sus piernas. Allí conocí también a Pedro Arcos, y compartía clase también con Maximino Mena, que también se había incorporado al Instituto. Menos mal, así no estaba solo.  Y también conocí al “Piojo”, de quien no conocía el nombre ni reconocí hasta años después que mi amigo Juan Luis me dijo: “tío, si yo era el piojo”. . Al Instituto también habían llegado Álvarez y Piti, pero estaban en otras clases.

Menudos partidos nos echábamos en aquel patio con un terreno completamente exabrupto e irregular, que tenía unas grietas considerables. Las clases eran muy cortas, 45 minutos, y salíamos a las 9,15. Al llegar tan tarde a casa, mi madre ya siempre me tenía preparada la cena porque ellos ya habían cenado. Recuerdo aquellas mini bandejitas metálicas que introducía en el horno (no había microondas) con un huevo, chorizo, jamón, espárrago…todo aquello que sirviera. Y también los bocadillos gigantes de salchichas; qué le voy a hacer, he sido siempre de comer mas por la boca que por los ojos...

Pero el horario no tenía nada convencido a mis padres, y a lo largo del curso, decidimos el cambio al Instituto de Orcasitas, dónde había estudiado mi hermano. Sobre todo por esa jornada nocturna, que en invierno ciertamente se hacía dura, y desconociendo que al cabo de los pocos años, se haría diurna con el paso al nuevo recinto. Y al acabar el año escolar, solicité el trasvase de expediente de un Instituto a otro, para comenzar 2º de B.U.P en Orcasitas ya en septiembre de 1983. 

Aquel año, 1983, ya con 15 años cumplidos, había vuelto a jugar con mis amigos al fútbol. Qué frío pasábamos aquellos sábados por la mañana, a las 08,00 h, camino del Polideportivo de Orcasitas a jugar en los campos 1, 2 y 3. El campo 3 era el que estaba en la parte de arriba; un poquito más pequeño, pero los otros dos eran olímpicos. En caso de lluvia, el campo 1 se convertía en un barrizal. Los tres eran de tierra, que cuando tomaba contacto con tus rodillas, manos o piernas, te dejaba bonitas quemaduras.  Otras veces jugábamos en Pradolongo, donde había dos campos, uno de ellos entre escombros, el otro al menos tenía un recinto aunque cara a las encerronas que nos hacían, no sé yo qué era mejor y qué peor. También jugamos en el campo del Zofio, en la Plaza Elíptica, o en aquel campo que se situaba próximo a las Torres de la Ciudad de los Ángeles, y que hoy se asienta la M40 sobre lo que fuera ese terreno de juego. Entrenábamos en Ibercoal los sábados si jugábamos los domingos, y algún viernes cuando llegaba el buen tiempo. 









Había conseguido finalmente volver a jugar al fútbol con mis amigos; había terminado aquella pesadilla que me producía tanto dolor. Volvía a sonreír, era uno más.

Mes de octubre, tarde de domingo, invierno, volvíamos de la Casa de Campo donde habíamos ido a tomar café a aquel Kiosco próximo al teleférico. Al regreso a casa, ya comenzando la noche, quedé con Maxi para darnos una vuelta por los billares, por Villaverde. Muy cerca de lo que era el Banco de Vizcaya, me rodean dos chicos más mayores que yo. Uno de ellos se dirige a mí y me dice que me quite el abrigo. Y yo, que apreciaba aquel Mc Cloud que había heredado de mi hermano (aunque no era el original, yo heredé uno que pudo recuperar mi hermano porque a él le habían dado el cambiazo en una fiesta de Nochevieja), me negué.

Volvió a repetírmelo agarrándome de la solapa, yo intenté separármelo de encima y en ese momento, el otro que estaba al lado…me soltó un puñetazo en el rostro. Al intentar levantarme, otro en la mandíbula que me tiró al solo. Comenzaron a decirme de todo, y al intentar incorporarme…un reguero de sangre que me brotaba de la nariz había llenado el McCloud y grité “hijos de puta”; ante los gritos, un hombre mayor se acercó y los dos desalmados salieron corriendo. Con el rostro ensangrentado, llegué a casa y…. Me quedé una nariz rota, una muela desplazada de su sitio…pero también el McCloud. Mi tio Inocencio, que entonces pasaba algunos fines de semana en casa porque estaba estudiando en Madrid, salió pitando junto a mi padre en búsqueda de aquellos dos matones…sin éxito. Hoy, a veces, pienso que debí darselo a la primera…pero más que valiente, soy Aries…




Pero aquel incidente no condicionó los bonitos recuerdos que tengo de aquella época. Por ejemplo, aquel viaje a Almeria con mis padres y hermanos, con parada previa en la Alhambra de Granada. Ni tampoco aquellas tardes en los billares, aprendiendo a jugar al Ping Pong al sonido de aquel reloj de pared en el que media hora parecían no ser 30 minutos. Y la tarde en Getafe, con mis amigos, aquel Bar Gallego donde me cogí una buena con el Ribeiro. Y los días inolvidables en el Cerro Alarcón, ya mencionados en otras entradas…

Boda de Amalia 
Las bodas de mis primas Mari Pili y Amalia. En esta última fui testigo.

Recuerdo con cierta nostalgia cuando, en aquel Mesón próximo a las Vistillas al que fuimos a tomar algo, con mis hermanos y primos, todos mayores que yo, en la boda de Paco y Mari Pili, mi prima Amalia se quedó boquiabierta cuando al preguntarme qué refresco quería, le contesté…”un wiski con coca cola mejor”… Las carcajadas se cayeron cerca del Viaducto.. Y luego la Discoteca, Bocaccio, con aquellas moquetas rojas en los aledaños del Museo de Cera de Colón..


Y el verano, el último en el Cortijo porque al año siguiente pasaría el estío con “los Vicentes” en el Quinto Pino, pero esa es otra historia que contaré más adelante. Aquel verano, yo con 15 años y mi primo Jose Manuel con 16 que parecían 25, incluyó momentos que nunca podré olvidar. Y menos por el futuro que con las garras afiladas esperaba sin saberlo tres años después. Qué bien lo pasamos, yendo de fiestas en fiestas con la moto. Aquél concierto de Olé Olé en Campohermoso...


Y cuántas veces tenía que quedarme solo; mi primo Jose Manuel guardaba cierto parecido con David Hasselhoff, con ese pelo negro rizado, y, evidentemente, tenía un tremendo éxito con las mujeres. Yo, con mi cara de niño, me daba una vuelta por las fiestas; me compraba aquellos cigarros More que me encantaban y al cabo de las horas, volvíamos a vernos. Pero yo era feliz, bebía, fumaba, tonteaba con las niñas cuando tenía oportunidad, compartía risas, música, todo, con mi primo y sus amigos . Francisco José (el ronquillo), Erick el belga que tenía un descapotable blanco, con el que nos paseábamos por el Paseo de Almería y yo me creía el propio compañero de Starsky…


Inolvidable el Concierto en el antiguo Estadio Franco Navarro, de Miguel Ríos, en su gira “El Rock de una noche de verano”, con Luz Casal y Leño de teloneros… Jajajaja…aun me rio cuando me veo, allí, en mitad del campo (José Manuel había ido a saludar a sus compañeros del Instituto de Los Molinos), rodeado de heavys que parecían pequeños hornos andantes  y lo que salía de sus bocas no era precisamente humo de tabaco. Y en un momento, allí me vi abrazado a ellos, compartiendo litrona, cigarritos de la risa,  y Maneras de Vivir… Al finalizar el concierto, regreso al cortijo en aquella “Lechera”, con mi primo pisándome por lo bajini porque curiosamente, yo no paraba de reír…


Y para contar, otra anécdota en Almería: Apartamento de mis tíos Inocencio y Rosalía en Retamar. Unos de los amigos que allí hicimos, Víctor y Silvia, familia alavesa que había alquilado allí un apartamento, también en las Burbujas. Y Roca, ese chico de nuestra edad, espabilado no, lo siguiente. Y no se nos ocurrió otra cosa que hacer una fiesta en su casa de Almería, en la calle Artés de Arcos. Madre mía. Tanto, que algún vecino llamó a la Policía. Yo no sabía donde meterme cuando se presentó en el piso una pareja de Policías Nacionales y nos pidió la documentación. Yo pensaba (mi tío me mata, mi tío me mata) mientras intentaba reanimar a Roca, en estado de coma etílico, y a Silvia, también inconsciente, en el dormitorio de los padres de Roca. “Si se enteran mis padres, no me dejan volver a Almería”. No sé ni como regresé a Retamar, creo recordar que cogí el ultimo autobús nocturno porque aquella fiesta había sido por la tarde…

Al día siguiente, en la piscina, empiezo a oir a la familia que estaba al lado… ¿Sabes lo que pasó ayer? Pues se juntaron varios chicos de aquí en casa de Jorge Roca y tuvo que ir hasta la policía del escándalo que tenían, tomaron drogas, y se encontraron al chico medio muerto y a la vasca…Yo miraba de reojo por si aparecían mis tíos…que se enterarían seguro de que yo estuve metido en aquella historia, pero nunca me dijeron nada…

Un año aquel de 1983 donde mi amor por el Real Madrid me dio unos cuantos disgustos, en concreto cinco. Subcampeones de Liga empatados a puntos con el Athletic, viajé a Zaragoza a asistir a la Final de Copa frente al F.C. Barcelona de Maradona. Recuerdo aquel viaje, con mi hermano, mi padre y mi tio Luis. El paseo por Zaragoza, las cervezas en el barrio de El Tubo, los prolegómenos del partido y la tremenda decepción cuando Maradona envía el balón para que en el último minuto lo rematase Marcos. Y al regreso, pedrada en el autobús y vuelta para Madrid con un cartón en el hueco del incidente.

Terminaba aquel año con un partido épico, el 12-1 de la Selección a Malta del que no solo guardo un bonito recuerdo y el video del partido, sino también el original del periódico. Fue una noche mágica, viendo el partido con mi padre en el salón de casa…

Y mientras tanto, en España se producía la expropiación de RUMASA, nuestra jornada laboral pasaba a ser de 40 horas semanales y se producía en Madrid el incendio de la discoteca Alcalá 20. Se despenalizaba el aborto, y en el mundo Ronald Reagan iniciaba la llamada Guerra de las Galaxias. 

El año se íba, yo desde septiembre había empezado mi andadura escolar en el Instituto de Orcasitas y se presentaba un nuevo año que para mí, por muy diferentes razones, fue de los más recordados de mi vida. El Instituto Orcasitas, AJUVA, aquel verano de 1984...forjaron recuerdos que no olvidé y que próximamente os contaré...




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