sábado, 12 de enero de 2019

Aquellos maravillosos años (XII).

La calle

La mayor parte de nuestro tiempo lo pasábamos en la calle. En aquella epoca, casi no pasaban coches e incluso podíamos hacer porterías que iban de la alcantarilla, al bordillo, y ese era nuestro terreno de juego. O poníamos una piedra, o un bote, lo que tuviéramos a mano, para delimitar las medidas de la meta.  Y pasábamos los días jugando al fútbol en medio de la calle.

Incluso a veces convertíamos nuestro particular Estadio en Polideportivo, y comenzaba el Multitorneo. Tan pronto estábamos jugando al tenis, con aquellas raquetas de madera pintadas, como al béisbol, aunque para éste preferíamos el Ibercoal, como subíamos al aparcamiento de la estación de Renfe, entonces de libre acceso, y allí improvisábamos un Roland Garros cambiando la tierra batida por cemento; lo cierto es que allí no pasaba nunca ningún coche y no nos interrumpía nadie al cruzar la calle.

En la Estación jugábamos mucho a la pelota. Recuerdo unas pelotas de plástico, de color rojo, que tenían Carlos Nieto y Julio Lacasta, y con ellas jugamos infinitas ligas. Para hacer los equipos, jugábamos a monta y no cabe, o pares e impares, para decidir a quien tenías en tu equipo. En aquellos partidos no faltaba Julito, Maxi, Carlos Nieto, Alvarez, Goyito, Piti, Natalio, Jesús el largo, Barroso, Molina, Susi el rubio, Pedraza, y algunos más. Yo, como no era de los mejores, siempre era tercera o cuarta opción, pero no importaba, lo importante era jugar. De aquellos partidos salió la base del que sería posteriormente el equipo de Ajuva. Aunque para llegar a eso, años antes habíamos creado varios equipos.

El primero de ellos, con vestimenta blanca con una V azul en el frontal y pantalón azul; en ese equipo el capitán hacía las veces de entrenador y diseñaba alineación y estrategia; era la máxima autoridad y el cargo era de rotación semanal. 

Los partidos oficiales los jugábamos en Ibercoal. Eso sí que era un auténtico Polideportivo. Estaba más allá del Cuartelillo de la Guardia Civil, había que cruzar las vías del tren que entonces pasaba con cierta frecuencia. Pero teníamos cuidado, por la cuenta que nos traía...No era Paso a Nivel, ni nada, simplemente, pasábamos por encima de las vías. Cómo molaba dejar allí una peseta, o un duro, y ver como el tren lo dejaba a 1 mm de grosor. Luego había quien lo agujereaba, y se lo colgaba como la mejor medalla. Eran nuestras cosas, las de un grupo de amigos de Villaverde...

En Ibercoal teníamos cuatro campos bien definidos: el de arriba, que estaba al lado de una Fábrica y paralelo a las vías ferroviarias con cierta pendiente; otro en la parte superior, más pequeño pero más plano, otro también muy cercano a otra fábrica a la que entrábamos a pedir agua con las garrafas o cantimploras que llevábamos. Agotábamos la paciencia infinita de sus operarios, quienes sufrían continuas interrupciones por nuestra sed, así como el ruido generado en aquellas mil batallas deportivas que sucedían especialmente los sábados por la mañana.

Había un cuarto campo, que era de hierba (los anteriores de tierra) y este era muy pequeño, como de fútbol sala. En todos ellos, las porterías se marcaban con piedras. Contábamos los pasos y esa era la distancia. Y venían los problemas, riñas, peleas; cuando un balón se acercaba a postes o largueros imaginarios....era gol, poste, fuera, lo que fuese...pero siempre terminaba en discusión... o en pelea. 



Y aquellos balones de reglamento. Ya no tenían correa, yo no los he conocido, pero se despellejaban al poco tiempo y se convertían en una crema correctora para tu piel cuando te alcanzaban. Luego llegó el Tango con el Mundial de Argentina, y posteriormente los Mikasa que dolían a rabiar. Y lo que pesaban, especialmente cuando se mojaban, parecían balones medicinales.




Otra liga que jugábamos los viernes por la tarde noche era, en el barrio de Julio, contra los chicos de allí. ¡Madre mía que piques! En el equipo rival se alineaba Susi el Moreno, que al paso de los años se integró con nosotros. Y también el desaparecido Cristian, un año menor que nosotros y que vivía allí; también era compañero del Colegio Villaverde. El campo era el barrio de Julio, la arena de una Colonia Experimental que a día de hoy conserva su suelo de tierra. Los días de lluvia, barrizal y regañina al volver a casa con aquellas botas o playeras llenas de barro, dejando rastro y huellas, pero, sobre todo, más trabajo a nuestras madres. Porque en aquellos días, eran las madres quienes asumían absolutamente todos los trabajos de la casa. Entonces Igualdad no significaba lo mismo que hoy. 

Otros sábados subíamos a jugar al Arenal, que estaban donde hoy se sitúa la parte occidental del Parque Plata y Castañar. Y como su propio nombre indica, la arena era abundante y retenía en ocasiones el juego. Allí ya formábamos con la equipación naranja que nos habíamos comprado en Deportes Barahona. A ese equipo ya se había incorporado un entrenador, Lendrino, y sus dos hermanos pequeños que eran de nuestra edad, así como Román, y su primo Manolo, que reforzaron el equipo.

Y a menudo jugábamos contra los mayores, que eran algunos hermanos o vecinos de algunos de nosotros. En el equipo de los mayores, compuesto por verdaderas Leyendas del barrio , se alineaban Miguel Angel alias Billy el Niño, Johny, Vangel, Jose Espejel, y también su hermano Fernando que aunque era de nuestra generación, su estilo de vida le situaba más en ese equipo que en el nuestro.  Recuerdo un día , en Ibercoal, que le di una patada a Johny sin querer...madre mía...me corrió a tortas hasta mi casa... También jugaba con ellos Diego, un chaval argentino, fisicamente muy parecido a Maradona, que desayunaba coca cola en vez de cola cao, y que paraba y jugaba al fútbol de forma tan extraordinaria como Diego Armando. 
Otro lugar para jugar era La Finca, que era la esplanada al final de Parvillas Bajas. Menudos partidos allí, en aquel espacio donde no llegaba ni la luz de las farolas..

También gran rivalidad con el equipo de Kete, Pedro el Abogado, Chito, Chus, Chuchi, Juanmi...nos dábamos hasta en el carnet de identidad..




Y Marconi, donde para llegar había que salir con mas de media hora de adelanto.  El campo se situaba entre montículos de escombros. Y solo si sabias donde estaba llegabas a el. Para mi, era el mejor, de hierba, casi sin piedras, y con unas medidas mas que aceptables y ya mas parecidas a lo que era un terreno de juego.




El campo de El Cerro de los Angeles, aunque  ya nos pillaba demasiado lejos. Hubo un año que yo dejé de jugar con mis amigos, justo cuando se montó el primer equipo de Ajuva. Ocurrio que un día de entrenamiento, un sabado, y ya cuando Jose Luis Pascual nos habia cogido para entrenarnos, salimos a un entrenamiento y la ruta era ir corriendo al Cerro de Los Angeles para entrenar allí. Pero, como siempre me ha ocurrido, la preparación física no era lo mío y a mitad de camino, abandoné. 

En aquel momento, no sabía la decisión que tomaba, y las consecuencias que habría de asumir. Muerto de vergüenza, para evitar convertirme en el blanco de las bromas de mis amigos, decidí que no volvería a entrenar, y que abandonaba el equipo. 

Hoy, con la lejanía en el tiempo, y ya con la sonrisa que te da la madurez incluso cuando te atreves a ahondar en tus propios complejos, recuerdo aun con cierta tristeza cómo se marchaban mis amigos a entrenar, y a jugar, por primera vez, federados en la Liga del Ayuntamiento y cómo yo, que me había auto impuesto las consecuencias de mi decisión, me quedaba sin poder participar. Cuánto me perdí, pero como ocurre en la vida, los errores se pagan. Y el error no fue abandonar aquella lluviosa mañana camino del Cerro de Los Angeles, el error fue no dar la cara y esforzarme para superarme; hubiera conseguido mi objetivo a base de entrenar y de esfuerzo, pero actué de forma cobarde conmigo mismo y aquello me pasó factura. 

Pasé a jugar a través de Blas, que había sido mi Monaguillo instructor años antes, en el Betis San Isidro. Era el equipo de la Iglesia que entrenaba el vecino Fernando; por él pasé con más pena que gloria y jugando mucho menos de lo que hubiese jugado con mis amigos. 

Pero aquello me enseñó. Descubrí, a mi aun corta edad, esa parte oscura que todos tenemos y que representa todo lo que escondemos. El miedo a afrontar las cosas, la frustración, el terror al ridículo, la soledad, etc.

 Afortunadamente, al año siguiente volví a jugar con los que eran y son mis amigos, y aquel episodio tan triste para mí quedó solo como un recuerdo que cada vez que oigo remueve mi propia verguenza.  Porque me moría por volver con ellos...por disfrutar de ese deporte que tanto me ha apasionado durante toda mi vida y por hacerlo con los míos, con mis amigos de ésta y de otras vidas... 

2 comentarios:

  1. Michel, Alberto, Teso....da igual como te llamemos sigues siendo la misma buena persona de antes.
    Eres un crak, impresionante la memoria que tienes y el cariño con el que recuerdas a todos, aún con el paso de los años. Por cierto estás muy mono en las fotos, el rojo te sienta genial.

    ResponderEliminar
  2. Hola, Yoli, para mí, Yoli niña, nuestra niña, aunque cumplas y ojalá 100 años; muchas gracias por tus bonitas palabras pero que va, tengo la memoria de un pez, y sobre todo, no soy esa buena persona de antes; yo creo que nunca fuí una buena persona..jeje.. Eso sí, cariño os tengo un montón, por encima del tiempo y hasta de esa camiseta roja que hoy seguro ya no podría meterme...jajaja... Un beso enorme, te quiero un montón!!

    ResponderEliminar

Si has formado o formas parte de mi viaje, estoy seguro de que tendrás algo que decirme...