sábado, 17 de noviembre de 2018

Aquellos maravillosos años (IX)


Homenaje a mi tia Pilar



El pasado miércoles fue un día triste. Se bajó de nuestro tren una viajera que me acompañó en este recorrido desde que nací. Y así, dijimos adiós, o mejor, hasta luego, a la tía Pilar. Este es mi pequeño y humilde homenaje, tía, por tantos días de cariño, por estos recuerdos de los que formas parte, por haber hecho tan dulces aquellas estaciones de este trayecto.

A veces, de forma inesperada, lejanos siquiera a nuestra voluntad, aparecen en nuestra vida sentimientos y sensaciones que nos sitúan en un mundo donde el tiempo no ha transcurrido, y sobre todo, donde el cariño permanece. Y volamos en ese instante a una época preciosa, donde nos volvemos a reencontrar con ese “parece que no ha pasado el tiempo…”. Ayer viví ese incomparable minuto, un nuevo dejavu que me sobrecogió, más allá de la tristeza por la marcha de la tía Pilar, en varios momentos. Gracias, Paco, por ese feliz instante; gracias, tío, Amalia, Mari Pili, por la calidez de ese abrazo..

Tía, estoy seguro de que volveremos a reencontrarnos y volveré a preguntarte, cuando suba la escalera de piedra, le de un beso a la Abuela Felisa y te busque en el hall : ¨ ¿yo dónde voy a dormir¨?

El Cerro Alarcón

Escribir sobre mi infancia, y mis recuerdos en el Cerro Alarcón, es algo que quería hacer y hoy es el mejor momento para ello. Cierro los ojos…y allá voy!

El Cerro Alarcón era la Urbanización, en el madrileño municipio de Valdemorillo, dónde mi tío Luis y mi tía Pilar habían adquirido una parcela, en la que construyeron un Chalet que era, para mí, maravilloso.  Una vivienda a la que llegabas tras una breve cuestecilla, pequeña hoy porque cuando comencé a aprender a subir en bicicleta, de la mano de tío Luis, era casi el Tourmalet. Aún puedo verle empujando desde abajo, sujetándome, al igual que antes había hecho con todos los mayores, Amalia, Mari Pili, Luisa María, Agustín, y mis hermanos. Y como no aprendieras, generoso pescozón, para que espabilaras antes.

Aquella valla negra, y el acceso. Una plataforma de piedras de granito, empedrada, para recibirte en el acceso al garaje. Y ese olor a arizónicas…tan característico…parece pueda olerlo ahora mismo…
Si elegías el acceso desde la puerta peatonal, camino de piedras con un mini jardín a la izquierda, y el césped y la piscina, a mano derecha. Y te situabas en la escalera de piedra dónde ayer viajé con Paco Vivancos.. Y allí, sentada, me esperaba la Abuela Felisa, sentada en su silla que parecía de cáñamo, siempre con una generosa sonrisa para todos. Cuántas veces me senté a su lado, para acompañarla, para estar junto a ella, y al igual que hacia mi abuela, también cogía mi mano y me hacía sentir su calor.

En el porche, inolvidable el columpio con el toldo de color naranja,  donde podía balancearme horas; en aquellos días no tenía ocasión de subirme a un balancín que no fuese ese. Y allí, junto a mis hermanos, nos mecíamos encantados.

Al cruzar la puerta principal, si girabas a la izquierda, la primera habitación era la de la Abuela Felisa , luego el dormitorio de mis tíos, un baño y a mano derecha la cocina. En aquella cocina había…¡botellas de coca cola! Los vasos legales (los que me echaban) y los ilegales (los que a escondidas vertía) que me tomé… De la cocina podías salir a la parte de atrás por la puerta trasera que te bajaba con una escalera metálica a ese espacio, o pasar a mano derecha a otra habitación. Era la primera vez que yo oía la palabra “Office”, y así se quedó. Tenía una mesa creo recordar cuadrada, y allí se hacían comidas o cenas cuando el calor o el frío impedían que fuese en el porche delantero.

Y salías del porche y entrabas al salón principal, con aquellos sillones enormes que los tíos habían tenido en Villaverde y que continuaron dándonos asiento allí. Y la chimenea, donde en invierno podías contemplar en vivo y en directo esa maravilla ancestral: el fuego. Pero lo más llamativo para mí era el mueble bar, que completaba un salón espectacular, con aquellos taburetes altos, en un ambiente único marcado por un olor también característico…

En la planta de arriba, a la que accedías por una estrecha escalera, los dormitorios de mis primas Amalia y Mari Pili, un pequeño recibidor de entrada a ambos, así como a un W.C. y a la bohardilla donde yo dormía, que en sus inicios estaba vacía a excepción de un mueble cama en el que podía reponerme de largas jornadas de juegos, baños, deporte, etc.  Y allí yo desplegaba mis chapas, que también me las llevaba, así como ponía en las paredes algún poster del Real Madrid que mi tío me había regalado, y ahora que lo pienso, también de un Rayo Vallecano de 1ª división en el que jugaban un tal Tanco, Uceda y Landáburu…y jugaba con la Ruperta Fantasma del famoso concurso 1, 2, 3 Responsa otra vez…

Pero el Cerro era maravilloso para mí, mucho más que por la inmensidad de las habitaciones, porque en él podía hacer todo lo que Villaverde se me negaba; por ejemplo, subir en bicicleta. Y para ello, accedía al Garaje, en el que se podían aparcar varios coches, situado en la planta baja. Allí, a parte de los vehículos, mi tío, que era muy bueno con los trabajos de albañilería y en general, con las “chapuzas” de todo tipo, había construido no solo otro W.C., sino otra pequeña habitación donde guardaba también todo tipo de herramientas. En el Garaje, esas bicicletas antiguas, de piñón fijo, pintadas con colores púrpuras, que parecía habían regresado del pasado para recordarnos las ventajas y beneficios de las BH incluso plegables que nosotros teníamos.

Y esa Vespino Azul en la que, una vez aprendí a subir en bicicleta, podía utilizar y salía con ella por la urbanización, por todo el Cerro Alarcón, “presumiendo” de poder subir en moto (aunque no fuese mía), sin casco, y que a medida que fueron pasando los años se hacía más difícil su uso porque el motor iba perdiendo fuerza y tenías que pedalear en algunas cuesta arribas… Ciclomotor que cogía, claro, con permiso de los mayores, pues cuando en el Chalet estaban mi hermano Julián y mi primo Agustín, se adueñaban de la moto y terminaban, como aquella tarde, haciendo motoacutic en el pantano….

El entorno del Cerro era increíble. Podías bajar al Club, en el que recuerdo aprendí a nadar. Aun puedo ver a mi padre riendo porque yo intentaba hacer trampas, y simulaba, estirado sobre la superficie del agua, que nadaba mientras aguantaba el peso con la otra pierna dentro del agua…qué ignorante era, pensaba que no se daría cuenta y sus carcajadas bien me delataban…

El Club lindaba con el pantano. En él, sobre todo en los primeros años del Cerro Alarcón, nos bajamos a bañar porque mi tío aún no había hecho la piscina. Era una sensación extraña para mí, acostumbrado a la claridad del agua salina, moverme en aguas más o menos verdosas donde no divisaba el fondo y eso me producía intranquilidad. Si en aquellos momentos recordabas la Leyenda del Monstruo del Lago Ness…salías pitando del agua. Y era divertido ver a aquellos esquiadores acuáticos remolcados por lanchas haciendo piruetas. En Villaverde no tenía nada de eso, puedo dar fe de ello…

Tenía mi panda de amigos, mi inseparable amigo Germán. Cuánto me gustaría volver a saber de él para recordar aquellas tardes de baños en la piscina, de juegos interminables más allá del atardecer, de partidos de fútbol en las pistas del Club. Germán era el segundo de cinco hermanos, su hermana mayor Beatriz, que era de mi edad, y luego venían otros tres más. Su padre era químico, eran valencianos y valencianistas, con lo cual las bromas sobre el fútbol se sucedían.. Entonces uno de mis ídolos era Mario Alberto Kempes, pero yo callaba por seguir ese refrán de “al enemigo ni agua…”

Y luego teníamos otros amigos, Víctor y su hermano Gonzalo, que tenía el chalet al lado de Germán y su padre era taxista, y un matrimonio que residía en la misma calle de ellos y que perdió un hijo algo mayor que nosotros en un fatídico accidente de moto. En su casa, jugábamos partidas de futbolín, lo recuerdo perfectamente. 

Cerro Alarcón era como un Polideportivo para mí. Natación, ciclismo, fútbol, y también…Ping pong. En el garaje Tío Luis tenía una mesa que sacábamos fuera para poder jugar más a gusto y ahí, año tras año, sufría derrota tras derrota, a cuál más dolorosa, por parte de Paco Vivancos al que siempre retaba con el ánimo de competir. Era imposible…fue superior, y, encima, se esforzaba por serlo y me ganaba continuamente. Y no es que no me importase, que va, me cabreaba y maldecía en silencio…pero perdía y perdía…




Lo peor era que intenté resarcirme al baloncesto con aquella canasta que se colocó encima de la puerta del garaje. “La madre que me trajo al mundo…” mascullaba una vez más, al comprobar que Paco no sólo era bueno al ping pong, sino también al básquet. Madre mía, es que tiraba triples y los metía todos… Y yo a verlas venir…. En fin, siempre quedó pendiente una partida que sería la definitiva, así que ya sabes, Paco, te espero….

Otro de esos bellos recuerdos es esa fotografía que tengo en mi cabeza y que nos sitúa, en muy diferentes ocasiones, a toda la familia comiendo, merendando, cenando, en el porche frontal de la casa, donde se ubicaba el balancín. Recuerdo a mi tía Pilar reprochando tanto a mi madre como a la tía Antoñita que habían llevado comida; al fin y al cabo, eramos muchos y compartíamos con apetito tortillas de patatas, pollo con tomate, filetes rusos, ensaladillas rusas, etc.  Allí, cuando el sol se ponía y llegaba la hora de la chaqueta para paliar la bajada de temperaturas, comenzaban a moverse las ramas de los eucaliptos que mi tío tenía plantados y que proporcionaban sombra y fresco en el estío.

Aquellos eucaliptos protagonizaron una “Noche de miedo” en la que por razón que hoy no recuerdo, mis tíos se fueron y nos quedamos mi hermana y yo bajo la tutela de mi prima Mari PiliEn un cambiante atardecer, se nos presentó una tormenta atroz con  diabólicos rayos y aterradores truenos; se fue la luz y horrorizados desde el sillón del comedor, observábamos como aquellas ramas querían introducirse en la casa y retirarnos de los brazos de mi prima… O aquella otra velada en la que me puse a ver Psicosis en esa pequeña televisión en blanco y negro que se sacaba al porche, y luego no me podía dormir en la bohardilla…



Eran los años en los que John Lenon era asesinado en Nueva York, Alí Agca tiroteaba al papa Juan Pablo II en Roma y se producía la boda de Lady Di y el príncipe Carlos. Gran Bretaña recuperaba a cuchillo las islas Malvinas. Y para nosotros, un tiempo difícil, marcado por la antesala de lo que luego sería nuestro 23-F. Después,  el año del cambio, 1982. En la habitación de Mari Pili había un póster que se hizo muy famoso y que ilustraba el movimiento político y social de la época. Y otro de Quadrophenia… Unos cuantos años tardé en ver la película de aquel póster, que, por cierto, me encantó.  




Los veranos en el Cerro Alarcón tenían también para mí un componente asociado al tenis. Recuerdo cuando veíamos aquellos partidos en los que participaban Iván Lendl, Borg, Wilander,  Martina Navratilova y Chris Evert, y el siempre irreverente John McEnroe que tanto agradaba a mi padre. Generalmente, las horas de la siesta donde podía ver esos encuentros con “los Pacos”, al aroma de sus cigarros Habanos o simplemente de sus Ducados. Qué bellos recuerdos de vernos todos, las tres familias, los Pilares, los Agustinitos y los Julianitos, en mi idílico Cerro Alarcón. Y eventualmente nos acompañaban también los Teresitos. Eran momentos también especiales, las desventuras de Rafa y “la” Teresita, “Rafita” e Iván y las mil y una anécdotas que tuvieron lugar y que aún hoy perduran, como aquel olor tan característico del salón, en la memoria. Impregnado en mi mente, como los de la teja negra, el del césped cuando tío Luis regaba, los de las arizónicas y el del cloro de la piscina.

En definitiva, esencias de una época para mí inolvidable, totalmente descriptible y con mucho cariño recordada. Momentos que quedaron grabados en algunas fotos que han acompañado a este relato, y que han permanecido muchos años en un silencio del que ya ninguno formamos parte. Vacío que reviven canciones de Cecilia, cuya cinta oía en el Seat 1500 de tío Luis y que finalmente terminó regalándome..



Recordar, anotar, comentar y sobre todo, sonreír; sentimientos que afloran al escribir  y que  permiten disfrutar de este camino. Detener mi marcha para disfrutar del paisaje, aun en momentos tan tristes como el que en los últimos días hemos vivido, me da esa sensación de placidez que aminora cualquier atisbo al desaliento.



Por eso, querida Tía Pilar, este es mi homenaje, sentido, reflexionado, y querido, para ti especialmente pero también para tío, Amalia, Mari Pili y familias. Siempre he notado tu cariño, aún en la distancia, en toda época y momento. Para mí no te has ido, porque como siempre digo, nadie se va mientras permanezca en el recuerdo. Para mí, como los demás que te precedieron, también eres inmortal.





2 comentarios:

  1. Gracias otra vez primo, vuelven a mi memoria encuentros y desencuentros del Cerro. Esa foto en la que esta la abuela Felisa, la que nunca dejaba de sonreír a pesar de lo deteriorada que andaba la mujer, las comidas, la piscina ... ufff me encanta recordar. Y me uno a ti en ese sentimiento hacia la tía Pilar que por cierto cocina muy bien y recuerdo con gusto el olor de la cocina, del césped de la casa, la chimenea con la escopeta de nuestro abuelo que nunca conocimos, Silverio. Gracias pequeño.

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  2. Y es que es bonito encontrarse con los recuerdos y en el Cerro Alarcón tuvimos la oportunidad de crear muchos de ellos juntos, todos nosotros. Yo viví allí algunos de mis mejores momentos de la niñez. Para mí era como ir de vacaciones, los días que pasaba todos los veranos allí. Y qué bonita esa foto en la que está la abuela Felisa también... Recuerdo con tristeza el día que Tio Luis me dijo que habían vendido el chalet. Aunque siempre nos quedará el recuerdo..

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