Homenaje a mi tia Pilar
El pasado miércoles fue un día
triste. Se bajó de nuestro tren una viajera que me acompañó en este recorrido
desde que nací. Y así, dijimos adiós, o mejor, hasta luego, a la tía Pilar. Este
es mi pequeño y humilde homenaje, tía, por tantos días de cariño, por estos
recuerdos de los que formas parte, por haber hecho tan dulces aquellas estaciones
de este trayecto.
A veces, de forma inesperada, lejanos
siquiera a nuestra voluntad, aparecen en nuestra vida sentimientos y
sensaciones que nos sitúan en un mundo donde el tiempo no ha transcurrido, y sobre
todo, donde el cariño permanece. Y volamos en ese instante a una época preciosa, donde nos volvemos a reencontrar con ese “parece que no ha pasado el
tiempo…”. Ayer viví ese incomparable minuto, un nuevo dejavu que me sobrecogió, más
allá de la tristeza por la marcha de la tía Pilar, en varios momentos. Gracias, Paco, por ese feliz instante;
gracias, tío, Amalia, Mari Pili, por la calidez de ese abrazo..
Tía, estoy seguro de que
volveremos a reencontrarnos y volveré a preguntarte, cuando suba la escalera de
piedra, le de un beso a la Abuela Felisa y te busque en el hall : ¨ ¿yo dónde
voy a dormir¨?
El Cerro Alarcón
Escribir sobre mi infancia, y mis
recuerdos en el Cerro Alarcón, es algo que quería hacer y hoy es el mejor
momento para ello. Cierro los ojos…y allá voy!
El Cerro Alarcón era la
Urbanización, en el madrileño municipio de Valdemorillo, dónde mi tío Luis y mi
tía Pilar habían adquirido una parcela, en la que construyeron un Chalet que
era, para mí, maravilloso. Una vivienda
a la que llegabas tras una breve cuestecilla, pequeña hoy porque cuando comencé
a aprender a subir en bicicleta, de la mano de tío Luis, era casi el Tourmalet.
Aún puedo verle empujando desde abajo, sujetándome, al igual que antes había
hecho con todos los mayores, Amalia, Mari Pili, Luisa María, Agustín, y mis
hermanos. Y como no aprendieras, generoso pescozón, para que espabilaras antes.
Aquella valla negra, y el acceso.
Una plataforma de piedras de granito, empedrada, para recibirte en el acceso al
garaje. Y ese olor a arizónicas…tan característico…parece pueda olerlo ahora
mismo…
Si elegías el acceso desde la
puerta peatonal, camino de piedras con un mini jardín a la izquierda, y el
césped y la piscina, a mano derecha. Y te situabas en la escalera de piedra
dónde ayer viajé con Paco Vivancos.. Y allí, sentada, me esperaba la Abuela
Felisa, sentada en su silla que parecía de cáñamo, siempre con una generosa
sonrisa para todos. Cuántas veces me senté a su lado, para acompañarla, para
estar junto a ella, y al igual que hacia mi abuela, también cogía mi mano y me
hacía sentir su calor.
En el porche, inolvidable el columpio
con el toldo de color naranja, donde
podía balancearme horas; en aquellos días no tenía ocasión de subirme a un
balancín que no fuese ese. Y allí, junto a mis hermanos, nos mecíamos
encantados.
Al cruzar la puerta principal, si
girabas a la izquierda, la primera habitación era la de la Abuela Felisa ,
luego el dormitorio de mis tíos, un baño y a mano derecha la cocina. En aquella
cocina había…¡botellas de coca cola! Los vasos legales (los que me echaban) y
los ilegales (los que a escondidas vertía) que me tomé… De la cocina podías
salir a la parte de atrás por la puerta trasera que te bajaba con una escalera
metálica a ese espacio, o pasar a mano derecha a otra habitación. Era la
primera vez que yo oía la palabra “Office”, y así se quedó. Tenía una mesa creo
recordar cuadrada, y allí se hacían comidas o cenas cuando el calor o el frío
impedían que fuese en el porche delantero.
Y salías del porche y entrabas al
salón principal, con aquellos sillones enormes que los tíos habían tenido en
Villaverde y que continuaron dándonos asiento allí. Y la chimenea, donde en
invierno podías contemplar en vivo y en directo esa maravilla ancestral: el
fuego. Pero lo más llamativo para mí era el mueble bar, que completaba un salón
espectacular, con aquellos taburetes altos, en un ambiente único marcado por un
olor también característico…
En la planta de arriba, a la que
accedías por una estrecha escalera, los dormitorios de mis primas Amalia y Mari
Pili, un pequeño recibidor de entrada a ambos, así como a un W.C. y a la
bohardilla donde yo dormía, que en sus inicios estaba vacía a excepción de un
mueble cama en el que podía reponerme de largas jornadas de juegos, baños,
deporte, etc. Y allí yo desplegaba mis
chapas, que también me las llevaba, así como ponía en las paredes algún poster
del Real Madrid que mi tío me había regalado, y ahora que lo pienso, también de
un Rayo Vallecano de 1ª división en el que jugaban un tal Tanco, Uceda y
Landáburu…y jugaba con la Ruperta Fantasma del famoso concurso 1, 2, 3 Responsa
otra vez…
Pero el Cerro era maravilloso
para mí, mucho más que por la inmensidad de las habitaciones, porque en él
podía hacer todo lo que Villaverde se me negaba; por ejemplo, subir en
bicicleta. Y para ello, accedía al Garaje, en el que se podían aparcar varios
coches, situado en la planta baja. Allí, a parte de los vehículos, mi tío, que
era muy bueno con los trabajos de albañilería y en general, con las “chapuzas”
de todo tipo, había construido no solo otro W.C., sino otra pequeña habitación
donde guardaba también todo tipo de herramientas. En el Garaje, esas
bicicletas antiguas, de piñón fijo, pintadas con colores púrpuras, que parecía
habían regresado del pasado para recordarnos las ventajas y beneficios de las
BH incluso plegables que nosotros teníamos.
Y esa Vespino Azul en la que, una vez aprendí a subir en bicicleta, podía utilizar y salía con ella por la urbanización, por todo el Cerro Alarcón, “presumiendo” de poder subir en moto (aunque no fuese mía), sin casco, y que a medida que fueron pasando los años se hacía más difícil su uso porque el motor iba perdiendo fuerza y tenías que pedalear en algunas cuesta arribas… Ciclomotor que cogía, claro, con permiso de los mayores, pues cuando en el Chalet estaban mi hermano Julián y mi primo Agustín, se adueñaban de la moto y terminaban, como aquella tarde, haciendo motoacutic en el pantano….
Y esa Vespino Azul en la que, una vez aprendí a subir en bicicleta, podía utilizar y salía con ella por la urbanización, por todo el Cerro Alarcón, “presumiendo” de poder subir en moto (aunque no fuese mía), sin casco, y que a medida que fueron pasando los años se hacía más difícil su uso porque el motor iba perdiendo fuerza y tenías que pedalear en algunas cuesta arribas… Ciclomotor que cogía, claro, con permiso de los mayores, pues cuando en el Chalet estaban mi hermano Julián y mi primo Agustín, se adueñaban de la moto y terminaban, como aquella tarde, haciendo motoacutic en el pantano….
El entorno del Cerro era
increíble. Podías bajar al Club, en el que recuerdo aprendí a nadar. Aun puedo
ver a mi padre riendo porque yo intentaba hacer trampas, y simulaba, estirado
sobre la superficie del agua, que nadaba mientras aguantaba el peso con la otra
pierna dentro del agua…qué ignorante era, pensaba que no se daría cuenta y sus
carcajadas bien me delataban…
El Club lindaba con el pantano.
En él, sobre todo en los primeros años del Cerro Alarcón, nos bajamos a bañar
porque mi tío aún no había hecho la piscina. Era una sensación extraña para mí,
acostumbrado a la claridad del agua salina, moverme en aguas más o menos
verdosas donde no divisaba el fondo y eso me producía intranquilidad. Si en
aquellos momentos recordabas la Leyenda del Monstruo del Lago Ness…salías
pitando del agua. Y era divertido ver a aquellos esquiadores acuáticos
remolcados por lanchas haciendo piruetas. En Villaverde no tenía nada de eso,
puedo dar fe de ello…
Y luego teníamos otros amigos,
Víctor y su hermano Gonzalo, que tenía el chalet al lado de Germán y su padre
era taxista, y un matrimonio que residía en la misma calle de ellos y que
perdió un hijo algo mayor que nosotros en un fatídico accidente de moto. En su
casa, jugábamos partidas de futbolín, lo recuerdo perfectamente.
Cerro Alarcón era como un
Polideportivo para mí. Natación, ciclismo, fútbol, y también…Ping pong. En el
garaje Tío Luis tenía una mesa que sacábamos fuera para poder jugar más a gusto
y ahí, año tras año, sufría derrota tras derrota, a cuál más dolorosa, por
parte de Paco Vivancos al que siempre retaba con el ánimo de competir. Era
imposible…fue superior, y, encima, se esforzaba por serlo y me ganaba
continuamente. Y no es que no me importase, que va, me cabreaba y maldecía en
silencio…pero perdía y perdía…
Lo peor era que intenté resarcirme al baloncesto con aquella canasta que se colocó encima de la puerta del garaje. “La madre que me trajo al mundo…” mascullaba una vez más, al comprobar que Paco no sólo era bueno al ping pong, sino también al básquet. Madre mía, es que tiraba triples y los metía todos… Y yo a verlas venir…. En fin, siempre quedó pendiente una partida que sería la definitiva, así que ya sabes, Paco, te espero….
Otro de esos bellos recuerdos es
esa fotografía que tengo en mi cabeza y que nos sitúa, en muy diferentes
ocasiones, a toda la familia comiendo, merendando, cenando, en el porche
frontal de la casa, donde se ubicaba el balancín. Recuerdo a mi tía Pilar
reprochando tanto a mi madre como a la tía Antoñita que habían llevado comida;
al fin y al cabo, eramos muchos y compartíamos con apetito tortillas de
patatas, pollo con tomate, filetes rusos, ensaladillas rusas, etc. Allí, cuando el sol se ponía y llegaba la hora
de la chaqueta para paliar la bajada de temperaturas, comenzaban a moverse las
ramas de los eucaliptos que mi tío tenía plantados y que proporcionaban sombra
y fresco en el estío.
Aquellos eucaliptos protagonizaron una “Noche de miedo” en la que por razón que hoy no recuerdo, mis tíos se fueron y nos quedamos mi hermana y yo bajo la tutela de mi prima Mari PiliEn un cambiante atardecer, se nos presentó una tormenta atroz con diabólicos rayos y aterradores truenos; se fue la luz y horrorizados desde el sillón del comedor, observábamos como aquellas ramas querían introducirse en la casa y retirarnos de los brazos de mi prima… O aquella otra velada en la que me puse a ver Psicosis en esa pequeña televisión en blanco y negro que se sacaba al porche, y luego no me podía dormir en la bohardilla…
Aquellos eucaliptos protagonizaron una “Noche de miedo” en la que por razón que hoy no recuerdo, mis tíos se fueron y nos quedamos mi hermana y yo bajo la tutela de mi prima Mari PiliEn un cambiante atardecer, se nos presentó una tormenta atroz con diabólicos rayos y aterradores truenos; se fue la luz y horrorizados desde el sillón del comedor, observábamos como aquellas ramas querían introducirse en la casa y retirarnos de los brazos de mi prima… O aquella otra velada en la que me puse a ver Psicosis en esa pequeña televisión en blanco y negro que se sacaba al porche, y luego no me podía dormir en la bohardilla…
Eran los años en los que John
Lenon era asesinado en Nueva York, Alí Agca tiroteaba al papa Juan Pablo II en
Roma y se producía la boda de Lady Di y el príncipe Carlos. Gran Bretaña
recuperaba a cuchillo las islas Malvinas. Y para nosotros, un tiempo difícil,
marcado por la antesala de lo que luego sería nuestro 23-F. Después, el año del cambio, 1982. En la habitación de
Mari Pili había un póster que se hizo muy famoso y que ilustraba el movimiento
político y social de la época. Y otro de Quadrophenia… Unos cuantos años tardé
en ver la película de aquel póster, que, por cierto, me encantó.
Los veranos en el Cerro Alarcón
tenían también para mí un componente asociado al tenis. Recuerdo cuando veíamos
aquellos partidos en los que participaban Iván Lendl, Borg, Wilander, Martina Navratilova y Chris Evert, y el
siempre irreverente John McEnroe que tanto agradaba a mi padre. Generalmente,
las horas de la siesta donde podía ver esos encuentros con “los Pacos”, al
aroma de sus cigarros Habanos o simplemente de sus Ducados. Qué bellos
recuerdos de vernos todos, las tres familias, los Pilares, los Agustinitos y
los Julianitos, en mi idílico Cerro Alarcón. Y eventualmente nos acompañaban
también los Teresitos. Eran momentos también especiales, las desventuras de
Rafa y “la” Teresita, “Rafita” e Iván y las mil y una anécdotas que tuvieron
lugar y que aún hoy perduran, como aquel olor tan característico del salón, en
la memoria. Impregnado en mi mente, como los de la teja negra, el del césped
cuando tío Luis regaba, los de las arizónicas y el del cloro de la piscina.
En definitiva, esencias de una
época para mí inolvidable, totalmente descriptible y con mucho cariño
recordada. Momentos que quedaron grabados en algunas fotos que han acompañado a
este relato, y que han permanecido muchos años en un silencio del que ya
ninguno formamos parte. Vacío que reviven canciones de Cecilia, cuya cinta oía
en el Seat 1500 de tío Luis y que finalmente terminó regalándome..
Recordar, anotar, comentar y
sobre todo, sonreír; sentimientos que afloran al escribir y que permiten disfrutar de este camino. Detener mi
marcha para disfrutar del paisaje, aun en momentos tan tristes como el que en
los últimos días hemos vivido, me da esa sensación de placidez que aminora
cualquier atisbo al desaliento.
Por eso, querida Tía Pilar, este
es mi homenaje, sentido, reflexionado, y querido, para ti especialmente pero
también para tío, Amalia, Mari Pili y familias. Siempre he notado tu cariño,
aún en la distancia, en toda época y momento. Para mí no te has ido, porque
como siempre digo, nadie se va mientras permanezca en el recuerdo. Para mí,
como los demás que te precedieron, también eres inmortal.
Gracias otra vez primo, vuelven a mi memoria encuentros y desencuentros del Cerro. Esa foto en la que esta la abuela Felisa, la que nunca dejaba de sonreír a pesar de lo deteriorada que andaba la mujer, las comidas, la piscina ... ufff me encanta recordar. Y me uno a ti en ese sentimiento hacia la tía Pilar que por cierto cocina muy bien y recuerdo con gusto el olor de la cocina, del césped de la casa, la chimenea con la escopeta de nuestro abuelo que nunca conocimos, Silverio. Gracias pequeño.
ResponderEliminarY es que es bonito encontrarse con los recuerdos y en el Cerro Alarcón tuvimos la oportunidad de crear muchos de ellos juntos, todos nosotros. Yo viví allí algunos de mis mejores momentos de la niñez. Para mí era como ir de vacaciones, los días que pasaba todos los veranos allí. Y qué bonita esa foto en la que está la abuela Felisa también... Recuerdo con tristeza el día que Tio Luis me dijo que habían vendido el chalet. Aunque siempre nos quedará el recuerdo..
ResponderEliminar