sábado, 24 de noviembre de 2018

Aquellos maravillosos años (X)


Mi casa y mi barrio

Yo vivía en el primer piso de la Calle Parvillas Bajas, nº 2, de Villaverde Alto. Una vivienda de unos 70 metros cuadrados, con tres dormitorios y un cuarto de baño. En el bajo, un local, propiedad entonces de mis padres, dónde siendo yo niño abrieron una tienda de Juguetes, al principio DEPORTES ALJUMA y luego la palabra DEPORTES dio paso a JUGUETES.

Para entrar a mi casa se accedía a través de un portal contiguo a la tienda; el atrio en mis primeros años era de libre acceso hasta que a principios de los ochenta, una situación de creciente inseguridad con robos en el barrio, llevó a mis padres a cerrarlo y darnos a cada uno una llave que yo llevaba anudada al cuello. Aún conservo el primer llavero, comprado en Almería


La habitación de mis padres era la primera a mano izquierda a la que tenías acceso al entrar en mi casa, y daba a la calle Parvillas Bajas, al igual que la de mi hermana, que era la siguiente. Mis padres tenían un dormitorio chulísimo, con radio incorporada para que mi padre pudiera escuchar Hora 25 y a José María García…

En el salón, sofá de tres plazas y dos orejeros, el mueble de la televisión, la mesa y las sillas entre las que mi hermano Julián aún conserva alguna. Eran castellanas, recias y robustas, que aguantaban los trastazos que le dábamos tres niños jugando…
En el salón, aquella enciclopedia ESPASA CALPE de color verde, que nos servía para consultar las innumerables dudas que traíamos tras el colegio. Vivíamos perfectamente sin Internet; nos sentábamos juntos a ver la televisión y el mando de la televisión eras tú mismo cuando tu padre o madre te mandaba cambiar de canal… Ni tablet, ni móviles, ni smart tv, ni portátiles. Nada. Todo analógico. 



En la azotea de mi Casa



Desde la valla de piedra a menudo me asomaba al patio de luces del local. Espacio reducido dónde mi padre nos contaba que yacían los restos del Rin Tin, su perro, con el que había jugado en su infancia muchos años antes.
Mi patio daba también acceso a la casa de Elo y el Sr. Luis, y su “sobrina” Paqui,  a través de una lúcida ventana. Aún puedo oler los guisos de Elo. Y madre mía la de veces que colábamos la pelota jugando en el patio en su casa a través de la ventana.Encima de Elo vivían Carmen, Pablo, que era pintor, y sus dos hijos, Pilar y Miguel Angel. Y encima de mis tíos, las hermanas “Cotorras”, de mal humor y peores palabras, siempre dispuestas a la confrontación y poco amigas de aguantar a niños jugando bajo su ventana.
En mi habitación celebrando mi 27 cumpleaños con Miguel, mi hermano  y Mayca

Mi hermano y yo compartíamos dormitorio; dos camas plegables que salían de un mueble que contenía un escritorio en medio de las camas del que se apropió mi hermanito… Y un sofá/cama plegable, donde dormía cualquier varón que llegase a casa. Durante el tiempo en el que estuvo estudiando en Ávila mi tío Inocencio para poder ascender en el Cuerpo Nacional de Policía, venía a casa los fines de semana y esa era su cama. 

Y cuando mi tío no estaba, o también en otras ocasiones, el visitante era mi primo Agustín; y entonces mi habitación se convertía en una especie de “Londres Atmósfera Zero”, pues tanto mi primo como mi hermano fumaban un Ducados detrás de otro; yo me acurrucaba en la cama mientras me decían “anda niño, duérmete ya” y ellos hablaban de “sus cosas”.
















Una casa sencilla, con salón, pasillo alargado, baño pequeño donde hacía un frío que pelaba, y cocina reducida con acceso al patio, mesa de cocina plegada contra la pared con cuatro banquetas, y aquellos taburetes azules que haciamos rodar por el pasillo; así ocurría, que las tapas se abrían y salía lo que había dentro, que era los accesorios para la limpieza de los zapatos.

En el portal, que no estaba comunicado directamente con la tienda, se encontraba el cuarto de contadores, al que yo llamaba “La cámara de los horrores” porque me daba pánico, era muy pequeño y parecía que entrabas allí y te iban a dar un empujón y quedarías allí encerrado de por vida…En general, yo era bastante miedoso. 

Y al caso vienen varias anécdotas con las que mis hermanos se frotan las manos y ríen recordando mis temores. A mi hermano le regalaron por su comunión un Tocadiscos. Una maravilla que nos permitía disfrutar de los LPs y singles, no sólo de la música que a nosotros nos gustaba, sino también a mis padres. Y entre esa discografía se encontraba un Single de Tony Leblanc, de la industria discográfica BELTER, con dos caras. Por la A, Caperucita Encantada; y por la B, Enrique el Drácula. A mí, desde niño, siempre me han llamado la atención los vampiros; aunque también  han horrorizado. El disco comenzaba con dos gritos aterradores…y una “Advertencia lógica y honrada…”… Os aconsejo lo busquéis porque está disponible en YouTube y disfrutéis un rato, pensando cómo me sentía yo, con mi miedo a los vampiros, cuando mis queridos hermanos me encerraban en la habitación a oscuras, tiraban desde el otro lado del pasador de la puerta para que yo no pudiese abrir
y mientras esto ocurría, comenzaba la “tenebrosa” historia de Enrique el Drácula…


Otra de las “bromitas” que me preparaba mi hermano era la siguiente. Él era aficionado, desde chico, a los juegos con aquellas bolsas de soldaditos de plástico que se compraban en los kioscos y que incluían una retahíla de pequeños y aguerridos combatientes, así como carros de combate, cañones, etc.; todo un arsenal con el que él, desplegadas las camas en nuestro dormitorio, componía un perfecto campo de batalla entre los pliegues de las mantas y sábanas.



No sólo los “soldaditos” eran sus seguidores, también los madelman que habían irrumpido con fuerza en aquellos años.  Yo, que soy cinco años menor que él, me había beneficiado del progreso que trajo también a los Geypermán, mejor articulados, más grandes de tamaño aunque con menor éxito comercial. Mi hermano, conocedor de que su hermano pequeño era un poco miedoso, me llamó desde su habitación…


“Alberto, Alberto, ven a jugar conmigo…”


Yo, que mi hermano me llama, acudo desde el comedor raudo y veloz encantado de la idea de poder jugar con él, práctica poco habitual aunque ciertamente deseada. Y cuando abro la puerta de la habitación, en un solo segundo, ésta se cierra, la luz de la lámpara se apaga y queda una pequeña lamparilla a mi lado desde la que sólo diviso, entre tinieblas y en la pared de enfrente, una silueta, la sombra de un hombre ahorcado que se tambalea en su agonía….
¡Imaginaos el grito que pegué! No se le había ocurrido más que colgar al Geypermán, a oscuras, y llamarme para aterrorizarme viendo cómo se mecía ahorcado… Claro, que yo no me callé, y entre lágrimas, fui a chivarme a mis padres inmediatamente. Nada, no le dijeron nada, más allá de “Julianito, no le hagas eso a tu hermano…”

El barrio

En frente de nosotros estaba la peluquería de Isabel. Isabel estaba y está casada con Juan Antonio, que era primo de mi padre. Y tenían dos hijos, Juan Antonio e Isabel. Mi padre, que de por sí era persona de poco bromas, sí que le gustaba meterse un poco conmigo,  y me relacionaba con Isabel hija, a quien con cariño llamaba “Isalebita”, y reconozco que conseguía sacarme de quicio.


Encima de Isabel, su hermana María, que su marido trabajaba en Legrand y tenían también un hijo, "Eduardito". mayor que mi hermano. Gracias a esta mujer, y pese a que fue un trabajo que rozaba la esclavitud, pudimos salir de un largo bache cuando a mi padre se le complicó el trabajo al cerrar varias de las fábricas que le proporcionaban portes. Fueron tiempos difíciles, había que trabajar 5 horas para ganar 500 pts; primero la Tarea, que era la cantidad diaria para paliar la escasez de ingresos de mi padre, y cuando ésta era culminada, cada uno podíamos hacer "tornillos" para nuestra autoeconomía. 

Al lado de la peluquería, el edificio donde en el primer piso vivía la Nati. No recuerdo muy bien quien vivía en el segundo piso.
En la esquina, y ya en la calle Albino Hernández Lázaro, la frutería de mi amiga Susana. En aquella época, Susana, Ana (que vivía enfrente de la frutería), Pedro Salas, (al que llamábamos cariñosamente “el abogao”) y yo, éramos inseparables. Fui "novio" tanto de Ana como de Susana...  


Contiguo a la frutería, la tienda de productos lácteos de “la Bienve” y su hermana. Eran dos hermanas, una alta, delgada y espigada y la otra bajita y rechoncha. Su tienda era muy pequeña, recuerdo que comprábamos la leche en bolsas, y aquellas cuñas de chocolate gigantescas que hoy dicen que son bombas de colesterol..
Al lado de “la Bienve”, “la Concha” y su pastelería. Tenía unos pasteles y tartas sabrosísimos, eran manjares. 




Un poco más adelante, la tienda de ultramarinos de “Yves”, donde recuerdo ese olor tan característico del bacalao seco y aquellos botes gigantes de atún y aceitunas, que colocados en una barra inexistente porque estaba repleta, me impedían verle la cara cuando mi madre me mandaba “a los recados”.




Y en la misma acera y un poco más adelante, la tahona de “la Laly”, despacho de pan donde pedía “tres pistolas” y cuando lo contaba en Almería, se miraban extrañados y me decían: “anda chiquillo, qué e esso de la(-) pistola(-)” porque no sabían que en Madrid le llamábamos pistolas a las barras más estrechas, y barras a las más anchas. Y cómo me gustaba comprar colines, creo que no los he vuelto a comer tan ricos como aquellos, eran alargados, tostaditos y estaban deliciosos…




Frente a Yves, una droguería que luego trasladaron a la calle Salsipuedes, y la carnicería de José. Me encantaba ir con mi madre a la carnicería, porque José siempre me gastaba alguna broma y tenía alguna palabra de aprecio para mí.


Anotación en Mi Diario sobre mi Operación de Apendicitis 
Y cruzando la calle Parvillas Altas, tres establecimientos también memorables. Los frutos secos haciendo esquina con la calle Getafe; tienda donde compré casi 1 kg de chufas que me comí en vísperas de viajar a Almería y que derivó en un ataque de apendicitis inmediato;  la papelería Greca con aquella delgada mujer regentándolo, y sus hijas que iban también al Colegio de las monjas; y el bar Gredos enfrente.  En la esquina de mi calle, con Albino Hernández Lázaro, la tienda de repuestos de mi tío Luis, y en la acera de enfrente y más adelante, el Banco de Vizcaya que tenía una especie de descansillo frente a la entrada donde nos apoyábamos cuando estaba cerrado. El “Banco” era uno de nuestros puntos de encuentro, dónde quedábamos en una época en la que no había “móviles” y al que faltaba, o bien se le iba a buscar a casa, o simplemente…se perdía lo que esa tarde aconteciera…

Frente al Banco, al otro lado de la calle, la Pollería ya en la calle de “Correos” dónde vivía Jesús “El Largo”, que durante muchos años formó parte indispensable de nuestra pandilla de amigos, y también Marisa, protagonista decisivo de la creación de AMICOM que derivaría posteriormente en AJUVA, y persona a la que siempre he guardado gran cariño. E igualmente en la misma calle, María Rosa, a quien el destino elegiría, transcurridos los años, para unirse en matrimonio con mi amigo Carlos.



Y en la misma acera, en la manzana de enfrente, la pescadería, el “Bar Bachiller” que era una Taberna por decirlo de alguna manera, “antigua”, donde solíamos jugar a las cartas y comenzamos a hacer nuestros primeros pinitos con la cerveza. Practicábamos un juego muy divertido, el “Siete”; el “Bachi” se convirtió muchas veces en lugar de recogida cuando no teníamos dinero para ir al Centro, o a Getafe o Leganés, pues con menos de una  “libra” (moneda de 100 pesetas) podíamos pasar la tarde. Y para abaratar costes, “mostos”, que aún eran más asequibles.

Y la tienda de los hermanos de Piti para cambiar novelas; todo un clásico...
Contiguo a la pescadería, estaba la frutería “Santamaría”, donde también mi madre me mandaba a comprar. En la frutería pronto entró a trabajar Kete, amigo y rival especialmente en los partidos de fútbol, que formaba equipo con Pedro “el abogao”, Chito, Juan Miguel (Juanmi), para enfrentarse a nosotros en el Ibercoal.


En el portal de al lado de la pescadería vivía Pedro Romo, compañero de clase y amigo a quien conocí en mi llegada al Instituto de Orcasitas, en 1983, y al lado, Juan Carlos Mora, en el callejón, a cuya casa fui a jugar algunas veces con Jesús Álvarez.


En esa misma calle del Doctor Martín Arévalo, aquel fotomatón que retrataba nuestras locuras y donde podíamos obtener, a menor precio que en el Laboratorio Fotográfico Uclés que estaba en la Avenida Real de Pinto, esas fotografías que nos pedían para el DNI, para el Instituto, etc. Al lado del fotomatón, el estanco, y ya hacia arriba, la plaza Ágata.
No muy lejos de allí, la “Cojita”, pequeñísima mercería donde mi madre compraba pequeños accesorios para la costura.

Inolvidable la cafetería “Las Vegas” más abajo en la misma calle, dónde todos los sábados y domingos, mis padres tenían por costumbre, nada más terminar de comer, bajar a tomar café. Y de esa manea me inicié en el hábito de tomar café, en compañía de mis padres y hermanos pues se convirtió en algo habitual, apreciado y prolongado hasta la actualidad.


En la plaza Parvillas, aquella fuente desde la que una familia que vivía en la misma calle Parvillas, en el tramo donde estaba mi portal, acarreaba cubos y cubos de agua por carecer de agua corriente en su vivienda, sita frente al número 11 de la calle. Allí tenía yo a quienes fueron mis mejores amigos cuando yo era muy pequeño, Paquito y José. Paquito era de mi misma edad, y José algo más pequeño. Su padre había sido intervenido de corazón, y siempre estaba en casa. Su madre, Sagrario, y otros tres hermanos. Sagrarito, Carlitos y Félix que era el más pequeño. Paquito y José fueron mis primeros compañeros de aventuras, a la vez que Antonio Barroso, que vivía con sus padres y sus dos hermanos, Manuel y Emilio, en el mismo portal. Y también Ana y sus dos hermanos, uno que falleció no hace demasiados años, y el otro, Tanga, que fue portero de nuestro equipo y a la vez también cuñado durante unos años de Susi “el moreno”, otro “de los míos” de toda la vida. Y en los pisos superiores, Antonio, que tenía dos hermanos mayores, uno de ellos Agustín jugaba con nosotros al baloncesto también en la calle. Y Blas Noeda y familia; Blasito, su hijo, algo menor que nosotros pero que también se unía a nuestros juegos primero, y posteriormente también al grupo AJUVA y equipo de fútbol, junto con Juanito, coetáneo y vecino también suyo.

Y allí “Sabrina” y su hermana Ascen, que formaban parte de un grupo de amigas en las que se encontraba también María Rosa. Y con ellas jugábamos también mucho, sobre todo al principio, hasta que maduraron como es lógico antes que nosotros, que jugábamos a la peonza mientras ellas se convertían en bellas mujercitas…
En el mismo lugar, uno de los antiguos Kioscos donde comprábamos chucherías, cromos, regaliz, palolú, soldaditos, etc. Y Arranz, los electrodomésticos, y también Deportes Barahona. En el escalón del portal adyacente a Barahona me dejé yo medio diente y una muñeca rota; y una fuerte bronca de mis padres por jugar al fútbol en la plaza como si fuese el Bernabéu. 



Echábamos unos partidazos entre los bancos; los habíamos liberado de los anclajes al suelo, y los movíamos a voluntad; la parte inferior del banco era la portería; aquello eran unos verdaderos Mundiales de futbito en Parvillas…




El Bar Cortés, que tenía una máquina de moscas que era como acercar la Guerra de las Galaxias a tus manos por solo 25 pesetas; esas monedas que cuando se me acababan los ahorros, sigilosamente deslizaba de la caja de madera que hacía los efectos de caja registradora en la Tienda de mis padres para poder echar una partidilla…



La librería de Pueblos y Culturas, el Bar Sol de los tres hermanos, donde temporalmente se ubicó la Peña Madridista los Magníficos Blancos, a la que mi padre junto con mi hermano y yo pertenecíamos. Los días de partido, como media hora antes de la salida del Autocar, allí estábamos, para tomar una cañita antes de subirnos al Bus. Autobús que recuerdo conducía Milagros, hombre entrañable y amable con nombre de mujer… Antes de esa Peña, mi padre perteneció a la Peña Los Amigos que tenía su sede en el bar Vazquez, a donde pertenece esa fotografia con el futbolista Gregorio Benito.

Y cercana, la avenida espinela, con su Break que era el Pub en el que contaban los más mayores, se producían en la trastienda partidas de Giley y Póker a cara de perro, con muchos millones de pesetas en juego. El Jesusín, que tras idas y venidas aún hoy permanece abierto; mi colegio, el Colegio Villaverde, la zapatería Paz, el Bar de Betrián y ya el Paseo Alberto Palacios donde no había, por cierto, ninguna tortuga.

Este es un resumen de cómo eran mi casa y mi barrio en Villaverde Alto. Hoy ya nada es igual, ni siquiera nosotros. El tiempo y la propia vida se encargan de ello. Por eso este empecinamiento mío en contar lo que un día fue, se fue y me dejó para convertirse en recuerdos. Quizás sea el miedo a perderlos lo que me lleva a aferrarme a las personas y cosas que amo y amé, a lo que fui y soy, a todo aquello que, sinceramente, nunca quise perder...


4 comentarios:

  1. Muchas gracias por traer estos recuerdos Alberto. Vaya si los tiempos están cambiando como decía Loquillo!

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  2. De nada, hermano "Piti". Otro de los "mios", compañero en mil batallas. Pasó el tiempo y aquí estamos, Piti; eso no cambia.

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  3. Como no acordarme de aquella casa,era como vivir en una casa mía. Villaverde con todo su entorno, con las mismas tiendas que mencionas y con la forma de vivir de allí. No se si tu recuerdas que cuando tuvimos el horrible accidente de coche en 1971, mi hermano y yo estuvimos viviendo con vosotros durante una temporada, mientras mis padres se recuperaban de sus heridas en el Sanatorio del Valle, donde naciste y te operaron de apendicitis. Solo era vivir allí, sin cole y sin nada mas que hacer que pensar que a lo mejor ya no teníamos padres, y que afortunadamente os teníamos a vosotros, una familia donde se nos cuidaba y se nos quería y se preocupaban de nosotros. Jugábamos en el patio mientras estabais en el cole, comíamos en tu casa y a veces en casa de tía Pilar, y cuando llegabais era como lo mejor del mundo. Fueron unos días muy duros en los que en la única preocupación infantil nos importaba quedarnos con vosotros y no ir a vivir con nadie mas. Como no voy a querer esa casa ... madre mía!! y como no voy a amaros profundamente a todos vosotros. Yo tenia 11 años en aquella época y mi hermano 9, y la primera noche después del accidente dormimos en la cama con tu madre, que se paso toda la noche haciendo que nuestras lágrimas y tristeza se fuera convirtiendo en sueño.

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  4. Hola, Luisa; no lo recuerdo, sé que ocurrió así y que durante la convalecencia de tus padres en el Sanatorio del valle, estuvisteis en mi casa, pero yo tenia 3 años y no me quedó ningún recuerdo. Se lo he trasladado a mi madre y comenta que tus palabras hacen fiel reflejo de la realidad, y que incluso al año siguiente, durante muchos fines de semana, veniais a casa también y jugábamos, pasábamos mucho tiempo juntos. Ese cariño y ese amor que sientes sabes que es recíproco; siempre nos hemos mantenido muy unidos y solo así hemos ido sobreviviendo a los golpes que nos ido dando la vida. Debe ser que nos quedó algo grabado de aquella noche que refieres durmiendo con mi madre, y las lagrimas y la tristeza las hemos transformado en sueños... un beso enorme.

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Si has formado o formas parte de mi viaje, estoy seguro de que tendrás algo que decirme...