domingo, 28 de octubre de 2018

Aquellos maravillosos años (VI)

Las chapas


Mi juego favorito fueron las chapas. Y desde bien pequeño, además. Para poder conformar los equipos, primero iba recopilando chapas de los bares. Me solía acercar al Belloto, o al Jesusín, y bien en la terraza, o próximo a la barra, siempre había chapas por el suelo. Yo cogía todas las que podía, y luego las seleccionaba.

Tenían que cumplir ciertos requisitos, no valía cualquiera. Debían tener una circunferencia regular, no estar dañada, y su fondo debía estar liso. Para la figura del portero, la chapa adecuada era la del tapón de las botellas de Coca Cola, Fanta, Mirinda, cualquier refresco que aportase ese tapón a rosca que se convertía en un excelente guardameta.

El siguiente paso era, previa la validación de los soportes, conformar los equipos. Sobre una hoja de papel en fondo blanco, y con la chapa como modelo, redondeaba los círculos que luego cortaría y que irían dentro de cada chapa, una vez coloreados y nominados. Con rotulador, pintaba el color, en algunos casos de primera y segunda equipación, de camiseta y pantalón de cada jugador, y en la parte central, dejaba un pequeño hueco horizontal para el nombre. Llegué a tener muchos equipos, todos ellos los guardaba en una bolsa de Pan Bimbo en la que mi equipo, por supuesto el Real Madrid, tenía un lugar preferencial en otra bolsita.

Las porterías también las hacía yo, con las cajas de galletas María Fontaneda. Una vez confeccionada la portería, que tenía que ir recortando piezas, las envolvía con papel de color blanco para que tuviesen la misma apariencia que las reales.

Para los balones, elegía el mejor garbanzo que tuviese mi madre en la cocina. Y algunos de ellos eran muy planos y redondos, y rodaban como el mejor esférico.

Tenía varias superficies a utilizar; el estadio Santiago Bernabéu era mi habitación, con las dos camas recogidas. En aquel frío y blanco suelo, mi madre plegaba una alfombra de color verde, que hacía casi perfecto el desarrollo del fútbol de chapas porque funcionaba como un perfecto terreno de juego, pues los desplazamientos quedaban en su justa medida tanto de las chapas como del garbanzo. Y en la alfombra, que además tenía bordado un rectángulo que permitía delimitar las líneas exteriores del campo de fútbol, colocaba mis porterías, situaba los dos equipos…y a jugar. Hacía dos competiciones, la Liga y la Copa de Europa, y por allí pasaron equipos tan meritorios como el Inter de Milán, el Bayern de Munich, el Ajax (los tres que fueron invitados en la vida real al primer trofeo Santiago Bernabéu), el Hamburgo, el Nottingham Forest, y por supuesto, todos los de la Liga Española con el F.C. Barcelona a la cabeza, con jugadores como Urruti, Verdugo, Migueli, Neskens, Krankl, el propio Quini, etc. Y por parte de mi Madrid, mis ídolos Pirri, Juanito, Santillana, Stielike, todos los “García”, Benito, Miguel Angel, García Remón, etc.

Cuando en la habitación estaba mi hermano Julián estudiando, o jugando él a otra cosa, o por lo que fuera no me estaba permitido su uso, me iba bien al patio, en verano, o bien al portal, donde con tiza dibujaba un campo lo más perfecto posible.

Y entonces comenzaba el espectáculo: imitando la voz de Héctor del Mar, radiaba cada jugada, cada momento, y con fuerza gritaba cada gol especialmente si los marcaba mi equipo. ¡Gooooooooooooooooooool del Real Madrid! Por allí pasaron los que eran entonces mis mejores amigos, tanto Paquito como Jose, así como Antoñín (Barroso) y también Álvarez, quien incluso hoy actualmente recuerda aquellos partidos como una interminable sesión de “trampas” por mi parte, nada más lejano a la realidad.
Paquito, Jesús Alvarez, Antoñín (Barroso), Pedrito (el abogao) y debajo Jose y Antonio. Y yo entre Jesús y Antoñín, vestido de comunión. 
La calle

La mayor parte de nuestro tiempo libre lo pasábamos en la calle. Entonces, casi no pasaban coches e incluso podíamos hacer porterías que iban, de la alcantarilla, al bordillo, y ese era nuestro terreno de juego.

Allí pasábamos los días jugando al futbol, sobre el asfalto repleto de baches y hoyos, que cuando la lluvia hacía su aparición, se convertían en eventuales bebederos para los pajarillos. Incluso a veces convertíamos nuestro particular estadio en polideportivo, y dábamos paso en nuestro juego al tenis, con aquellas raquetas de madera pintadas.
Ocasionalmente subíamos al parking de la estación de Renfe, entonces de libre acceso, y allí improvisábamos un Roland Garros en cemento, lo cierto es que allí no pasaba nunca ningún coche y no nos interrumpía nadie al cruzar la calle.
En la calle jugábamos absolutamente a todo. Al rescate, al churro mediamanga mangantera, al pañuelo, a la rayuela.  Y aquellas peonzas pintadas, arrojadas al suelo mediante esos cordones blancos. Y qué rabia te daba cuando en el propio juego, alguien lanzaba su peonza contra la tuya y te la partía en dos. Eso no era tan divertido como coger la peonza y hacerla bailar encima de la mano, y cambiarla de una a otra.



En la plaza Parvillas, que tampoco estaba totalmente asfaltada, jugábamos a la lima y a las canicas. Aquellas bolas que había que hacer carambola y llevarlas al “gua”. Las había de todos los tipos, transparentes, blancas coloreadas, algunas eran realmente preciosas. Y maldecías cuando en esos juegos perdías tu mejor pieza; al igual que con aquellos cromos de los álbumes de Panini, que intercambiábamos, ganábamos y perdíamos jugando al montón. 




Los Cines

Aquellas tardes de domingo de doble sesión en el Cine Orpal o el Cine Jamay. Dos películas al precio de una, eso sí, tenías que estar preparado para todo. Dependiendo del film, así era el público, y así sería tu tarde de cine.. Recuerdo las películas de Bruce Lee; eran los tiempos de los “luchacos”, fabricados con cadenas y que se convertían en un arma peligrosa en manos inexpertas e inadecuadas.

 Y aquella película de Holocausto caníbal; o Enmanuelle, una película mítica por su contenido y sobre todo por la edad que teníamos para verla. Aquellos acomodadores que tenían que sufrir las risas, bromas y burlas del público menos “educado”… En el Jamay vi Tiburón, y en el Orpal Apocalipse Now. Años después vería películas que se habían estrenado en aquellos años setenta, como Rocky, El Padrino y Fiebre del Sábado Noche.





En la pantalla grande se estrenaban películas que fui a ver también acompañando a mis padres. Inolvidables para mí “La Guerra de Papá”, que fuimos a verla con Manolo, Berna y mis primos;  “Superman”, “La Guerra de las Galaxias” en aquellos cines de la Gran Vía de Madrid donde se ponían esos carteles gigantescos pintados con los rostros o escenas de sus principales protagonistas; luego llegó el neón, y tras él, irían cayendo uno tras otro aquellos cines individuales dando paso a las salas multisesión que, posteriormente, también quedaron sentenciadas por la irrupción de las grandes superficies.

Y, por supuesto, Grease. Película de culto, para varias generaciones que no habíamos vivido más musicales que Siete Novias para Siete hermanos y alguno más. Grease supuso, como Quadrophenia, un estilo de vida. Aun recuerdo las primeras fiestas que hacíamos, incluso en el colegio, las chicas imitando a Olivia Newton John y nosotros a un jovencísimo Travolta, icono que representaba la rebeldía, el amor, los amigos, las pandas y sobre todo…el cambio que se avecinaba a todos los niveles.

Un cambio que se producía a la muerte de Franco. Es uno de mis primeros recuerdos, tenía yo 7 años. Sucedió que íbamos, mis padres, hermanos y yo, en el coche, no sé muy bien dónde. Se habían decretado 3 días de luto. Oíamos la radio en el trayecto, y al escuchar que no había colegio, salté con evidentes signos de júbilo, brazos arriba, en señal de victoria. Diez segundos después, en el primer semáforo en rojo en el que mi padre detuvo el Renault 4, mi padre se giró y con la mano abierta me soltó una sonora bofetada que solo años más tarde tuve ocasión de entender…

La llegada del Ayatollah Jomeini en Irán, recuerdo aquellas imágenes tan impactantes; empezaba a ver en televisión a Adolfo Suárez y me acuerdo de la brevedad en el Vaticano de Juan Pablo I y su sucesión por Juan Pablo II; la URSS y la guerra fría y a Jimmy Carter, empezaba a llamarme la atención lo que ocurría a nuestro alrededor...


Eran los años del Mundial de Argentina; recuerdo la selección; aquel traje que tenía yo de la selección española con las medias negras que llevaban la bandera en su parte superior; el fallo de Cardeñosa, el partido de clasificación contra Yugoslavia, el gol de Rubén Cano y el botellazo a Juanito; la final de los papelitos de Argentina-Holanda, la Holanda de los hermanos Van der Kerkoff , de Repp.. y especialmente a otro de mis ídolos, el entonces valencianista Mario Alberto Kempes, el Matador...


jueves, 25 de octubre de 2018

Aquellos maravillosos años (V)



El Cortijo

Migas en el Cortijo


El Cortijo se situaba en la Carretera de El Alquián a Viator. Aproximadamente podía haber unos 4-5 kilómetros, de puerta del Cortijo a la puerta de la Panadería. Se accedía por un camino que se sitúa a la izquierda según vas hacia Viator, pasada la N-347 que entonces no existía. Entonces, la carretera pasaba por encima del Barranco y solo en días de riada quedaba bloqueada por el paso del torrente de agua que impedía la circulación.

Una vez en ese camino, te encontrabas a la izquierda con la casa de Antonio Belmonte y Lola. Tenían tres hijos, que durante muchos años de mi vida fueron también mis primos, y durante el verano, casi mis hermanos. Antonio, Carmen Mari y Rosa. 



Antonio tiene aproximadamente la edad de mi hermano Julián, algún años menos; Carmen Mari es de mi generación, del 68, y Rosa es algo menor. Lógicamente, tan cercanos en edad, y primos hermanos de José Manuel y Rosalía, en una época donde por lo general, y especialmente en lugares lejanos a lo que comenzaba ya a ser "el mundanal ruido y peligros de la ciudad", vivíamos en la calle.

 Con Antonio viví momentos increíbles, recuerdo aquella su primera moto, con la que integraba un grupo de amigos, algunos de Los Llanos, otros de La Cañada o El Alquián, que bien podía ser los intérpretes de "Grease" no solo por su vestimenta, también por sus andares, por cómo interpretaban la vida en aquellos albores de los 80. 
  
Con Carmen Mari, igualmente, también había hecho muy buenas migas. Y no sólo porque, con el fin de sacarme de quicio, mis padres, mis tíos, el propio José Manuel, mis hermanos, pretendían "relacionarme" sino más bien porque realmente era otra compañera de juegos extraordinaria, genial amiga. Y Rosa, aquella niña en aquel momento, que era una más con nosotros..

Andabas un poco hacia abajo, girabas a la derecha y enfilabas hacia el Cortijo de Manuel y Consuelo, que tenían otras cuatro hijas. Especialmente las dos pequeñas, fueron mas "hermanas" que primas durante muchos veranos, alguna semana santa y otros puentes y/o fiestas. Consuelo, casada con Cristóbal, Rosa, casada con Pepe, Carmen, entonces ennoviaba con el malogrado Andrés, y Manola, la pequeña.

 Pepe era uno de mis ídolos, con su moto, y especialmente, con su escopeta de perdigones. Recuerdo aquellas tardes, o mañanas, apostados bajo la no opacidad de algunos árboles, y arbustos, cuando me dejaba disparar...qué feliz era cuando me cobraba el botín, pobres gorriones... Años después, José Manuel también tuvo escopeta de perdigones y la cantidad de veces que le pedía la escopeta, las cajas de perdigones que eran como las de betún, y nos íbamos  de caza....

Con Carmen tuvo más relación mi hermana; cuestión de chicas, casi de la misma edad. Pero Manola, como era más pequeña, se juntaba con Carmen Mari, con Rosa, con José Manuel, con Rosalía y conmigo. Y jugábamos, de sol a sol y pasado el atardecer, entre juncos, en aquellos caminos de tierra a los que rodeaban cañizos, las plantas de tomate, los bancales.. A veces con las bicicletas, otras veces en las casas, casi siempre en esas veredas a las que rodeaba tanto trabajo, tanto esfuerzo y trabajo en el campo.

Antonio y José Manuel eran adolescentes de manos curtidas; pronto empezaron a coger aquella barra de hierro con la que se hacían los hoyos en el bancal para poner las cañas; las ataban con hilo de esparto y eso protegía del viento la planta de tomate. Era un trabajo durísimo, propio de siglos pasados y sin absolutamente más tecnología que la de subir los brazos con esa barra que pesaría entre 10-15 kgs, y bajarlos con fuerza para ahondar en la tierra previamente regada con el agua de las balsas. Eso permitía que el hoyo fuera uniforme y se pudiesen mantener erguidas frente al viento. Aquellas manos eran callos vivos, con algún trozo de piel que aparecía entre los rasguiños y las heridas. Recuerdo a Antonio padre, a Manuel, también a Antonio y José Manuel,  a Andrés,  en aquellos días de estío,  interminables,  de calor almeriense y noche casi toledana, bajo un sol del que solo les protegía aquellos sombreros de paja y unas camisetas que habían librado mil batallas.
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Eran tiempos duros; para el trabajador del campo siempre lo han sido. Recompensados, probablemente, pero teñidos de sudor y mucho esfuerzo. Tenían el botijo, al que ellos llamaban “jarro”, que intentaba mantener el agua lo mas fresca posible. Allí no había hueco para el dolor. Aun puedo escuchar las risas de Antonio padre cuando se me ocurria intentar ayudar, con el azadón, para abrir o cerrar surcos que permitían la llegada del agua en el bancal.. y las carcajadas cuando un día, tras una víspera en la que para no quedar como un autentico caguetas, echè toda la jornada con ellos, me vieron aparecer a la mañana siguiente con las manos desolladas por la dureza de aquella barra de hierro… Decían…. ¿Qué, madriles, hoy también vas a trabajar con nosotros?... Y yo me moría por un lado de vergüenza, y por otro de rabia, porque no estaba acostumbrado a esa inhóspita labor y porque, lógicamente, se reían de mi…

Las tortillas de la tita Rosalía eran especialmente deliciosas...


Calle abajo, tras la casa de Manuel y Consuelo, tomabas ese camino mezcla de piedras, arena y tierra, unos 400 metros,  girabas a la izquierda y te situabas ya en los limites del Cortijo.

A la derecha, el aljibe y la balsa. La balsa era como su propio nombre indica, un estanque de agua almacenada, no potable, cuyo fin era el regadío de las tierras. Se llenaba una vez al año, mas o menos entre finales de junio o Julio, coincidiendo con el fin del curso escolar. Recién llenada, sus aguas eras mas o menos limpias, con un color verdoso, y permitían ver el fondo del suelo, de cemento, sobre el que solo los más altos hacían pie. La balsa era la piscina privada del Cortijo. Allí nos bañábamos un día sí y otro también. Y servía adicionalmente de lugar de aseo, pues nos duchábamos con jabón y champú.


Igualmente, buceábamos sobre todo hasta que, transcurridas las semanas, su color verdoso daba paso al verde botella, y su Fauna particular convertía aquella piscina natural del comienzo del verano en un fangoso estanque donde los renacuajos se convertían en sapos y las culebrillas en verdaderas serpientes marinas, o al menos así lo creíamos. Y hacíamos carreras, una de ellas terminó con la entrega de premios en la Cruz Roja de Almería, con mi mano izquierda reventada del golpe que me llevé con el borde. Fue como un combate de boxeo, y yo me llevé todos los puntos…

El aljibe molaba, sobre todo, como todo lo que había en el Cortijo, porque yo no tenia en mi entorno urbano nada parecido. Tener la oportunidad de sacar agua de un pozo, eso era único. Y esa agua sí era potable. Aquel cubo de latón unido a una cuerda y el particular ruido cuando lo echabas. Me enseñaron a calcular cuanta agua quedaba en función del ruido al caer el cubo…Pura ingeniería artesanal.

El Renault 6, aparcado al fondo del porche y todos nosotros, en torno a la mesa
I


Y después, entrabas ya al porche bajo el que se situaba la entrada a las dos viviendas. La primera era la de la Tía Rosa, madre de la tita Rosalía. Aquella casa era un autentico viaje al pasado. La mesa camilla, el jarro, las sillas marrones donde se mascullaba el tiempo, arregladas con clavos y pintura, los retratos de los antepasados de la tía Rosa. Aquel palanganero con agua, y al fondo de la casa la cocina. Una cocina de época, con aquellas cacerolas gigantes pues la tía Rosa siempre tenía familia en casa, especialmente en verano que era cuando yo estaba allí. Y las habitaciones, con cuadros que de pequeño me producían terror, parecía que aquellos parientes de la tía Rosa me miraban. Y esas camas de madera que crujían al contacto, con unos colchones rojiblancos repletos de lana, sobre los cuales podía ser complicado mantener la postura y el equilibrio. Pero qué maravilla, colchones de lana, para mí algo inaudito.

Contigua a la casa de la tía Rosa, estaba la casa de los titos Inocencio y Rosalía. La casa antigua apenas la recuerdo, su interior no debía diferir mucho en estructura a la casa de la tía Rosa, quizás las habitaciones. A principios de los ochenta, la reformaron, dejándola ya como yo la recuerdo cuando los titos vendieron el Cortijo para irse a vivir a El Alquián. Tenía un pasillo, a mano izquierda estaba el dormitorio de los titos, que era el mismo que tenían en la otra casa y que, además, conservaron durante unos cuantos años. Según avanzabas por el pasillo, creo que a mano derecha estaba la habitación de Rosalía, y un pequeño cuarto donde estaba la maquina de coser y ciertas estanterías con libros porque mi tío Inocencio era del Circulo de Lectores y tenía muchísimos libros en la casa.

Una cena en Navidad en el Cortijo, con la tita Lola, la tita María el tito Cecilio, Mari Angeles y al fondo, Cecilio


 En la otra parte del pasillo, se situaba el Comedor, con aquellas sillas rojas que le daban colorido, la mesa en la parte central, un mueble/tv al lado de la puerta que tenía un revistero, y el sofá en la parte frente a la puerta de entrada, que daba al lateral del Cortijo

Aquellas sillas rojas de scai...inolvidables...


Al final del pasillo, la cocina, el baño y la habitación de José Manuel, que tenia una cama de extensión especial dada su altura, y una camilla que se guardaba debajo, que era donde yo dormía cuando iba al Cortijo. 


En la pared de atrás, pintado por mi primo, un Tigre, que él mismo dibujó y coloreó sobre la pared, con unos colores de lo más original. Un radio casete parecido al que nosotros teníamos, algo más grande y con doble pletina, que se oía especialmente bien.

El tigre pintado por Jose Manuel

Mi hermana, posando al lado del Tigre







Delante de las dos casas, el porche, que era tan amplio en extensión que cabían dos coches. En él guardaban mis tíos el Renault 6 color granate, y la motillo de mi tío, peculiar, con un sillón triangular que parecía acuchillado por los cortes que tenía y que dejaban escaparse el almohadillado; sus dos espejos, y ese motorcillo exterior donde se veía el pequeño depósito de gasolina que una vez lleno, le daba para tantos y tantos viajes a El Alquián a jugar la partida de dominó.

Luisa María, Mari Angeles y mi hermana, en el pollete del porche

Al lado de la moto de mi tío, estaba la bicicleta de carreras de mi primo, comprada por él mismo merced a su jornal en los bancales; bicicleta que yo cogía para ir y venir y que me servía para hacer ejercicio, porque como ya dije antes, las labores de los tomates no se habían inventado para mí…

Recuerdo con especial cariño la Derby Sport Coppa que mi primo se compró, como todo lo que podía adquirir, a base de tanto esfuerzo y trabajo. Se tiraba los veranos, desde que tenía 14 o 15 años, trabajando en las tierras de sus tíos para poder ganar un dinerito que le permitía ciertos caprichos, como la escopeta de perdigones o después la bicicleta y la moto. Y le daba para bastante más; fueron continuas nuestros viajes a El Alquián a tomarnos unas jarritas de cerveza, de las de 6 tapas, mano a mano, gracias en parte a su dinero y al que podía traer yo de Madrid con los tornillos; de aquel trabajo también hablaré más adelante.

Comida con mis padres y mis tios Agustin y Antoñita en el Cortijo


Y al lado del lugar, a mano izquierda según entrabas al porche, donde estaban motos y bicicleta, se encontraba el cuarto de aseo. Al servicio se accedía a través de una puerta de madera, antigua, con una llave de las de acero antiguas, de esas que tienen una cerradura que perfectamente podías ver qué ocurría más allá de la habitación. Bien, pues en el cuarto de baño, que comunicaba con el gallinero mediante una ventana que evitaba el acceso de las gallinas con una reja, solía ser campo de entrenamiento de patrullas y patrullas de moscas que practicaban vuelos irregulares, generalmente en círculo, y que te producían cierto malestar, especialmente cuando lo que necesitabas era intimidad.

En el porche, los arcos y una especie de asiento donde tomábamos sitio muchas noches, o incluso donde nos tumbábamos para desde ahí, poder ver el cielo estrellado que se nos brindaba cada noche, cada verano. Frente al porche, una pequeña parcela de árboles que si no recuerdo mal eran naranjos o limoneros, donde siendo un niño tuvieron que rescatarme porque se me ocurrió la brillante idea de entrar y atacar a las gallinas que entonces también estaban allí.. Salió el gallo, chulito él, y me puso las piernas que no se veían de los picotazos…  


Detrás de las viviendas, para mí, el mayor tesoro del Cortijo. La zona donde se encontraban los animales. Tenían el gallinero, como ya he dicho, lindando con el baño, unos habitáculos para los “chiros”, las cabras, y encima de todo y con acceso mediante una escalera, estaban las jaulas donde guardaban a los conejos. A mí me encantaba subir a verlos, porque no hacían nada, y desde allí, con una caña,  “malmetía” a los mismos cerdos a los que después echaba la comida. Lo peor era limpiar las cochiqueras; realmente era desagradable y de ahí les viene el nombre.



En la parte trasera había un almacenillo, donde recuerdo que guardaban, a modo de bazar, todo tipo de trastos. Y algunas cosas, como legumbres a granel, que cuando íbamos a cogerlas porque nos mandaban la Tía Rosa, o mis tíos, teníamos que ir con cuidado porque había ratones. Lo peor no eran los roedores, eran los cepos que José Manuel había puesto y luego no se acordaba de dónde, y a veces, la luz de la bombilla no funcionaba y había que tener muchísimo cuidado.

Frente al almacén, un olivo donde en su momento se hospedaba Ulises, que era el perro de mis primos cuando yo era mucho más pequeño, y al que paseaba por los barrancos, bancales y en general, por toda la zona, porque yo no tenía perro y era todo un lujo acompañarlo; posteriormente, tras Ulises, mi primo tuvo otro perro que se llamaba Poldark, un excelente Pastor alemán, pedigrí , de pura cepa, que fue también extraordinario compañero de juegos.

En el Cortijo evidentemente pasé años inolvidables de mi vida. Así como en él transcurrieron de los momentos más maravillosos, también de los más tristes. El tiempo, o la madurez, si es que ésta es diferente de la edad, me han hecho aprender a transformar aquella tristeza en una especia de nostalgia que solo me produce alegría; qué suerte la mía, la nuestra, la de todos los que vivimos aquellos años mágicos, de haber podido disfrutar de esas risas, de esa alegría que radiaba y que dejó una huella y unos recuerdos imborrables. 

Va por ti, maestro...


lunes, 22 de octubre de 2018

Aquellos maravillosos años (IV)


Mi familia por parte de mi madre

La familia de mi madre era toda de Almería. Había una parte de la dinastía, que vivía aquí en Madrid. La tia Angelina y el tio Manuel Tamayo tenían su hogar en el Poblado Dirigido de Orcasitas. Manuel Tamayo había sido un Oficial del Ejército de la República, y al finalizar la Guerra, tuvo que comenzar una nueva vida construyéndose su propia vivienda en el Poblado de Orcasitas. Yo recuerdo aquella casa; era una casa baja, con un patio donde había una parra.
Tia Angelina, Tio Manuel Tamayo, mi hermano Julian, mi hermana Maria del Mar y yo en brazos..
En mi niñez ya no vivían allí ni Manolo, que ya se había casado con Berna, y vivían en La Coma ni Angel, que se había casado ya con Maribel, y vivían en Zarzaquemada (Leganés). Solo vivía Lola, con sus padres. Lola es una persona con una minusvalía, muy cariñosa, aun recuerdo esos besos que daba a diestro y siniestro y que te dejaba la cara empañada… Hoy Lola aún vive, sus padres fallecieron ya hace años.

Mis padres con la tita Lola, el tito Cecilio, la tia Angelina y el tito Manuel Tamayo

Por otro lado estaba Paco, primo hermano de mi madre, por parte de su Tia Luciana, que también vivía en Madrid. Paco se había casado con Mayte, y vivían en un piso céntrico, cuyas paredes eran infinitas en altitud. Y también Lola “la Seca”, que vivía también en Villaverde; era pariente de mi madre y hermana de Juan el Biomba. Aun recuerdo a mi padre irse a ver al Boetticher, o al San Cristóbal, porque Juan el Biomba era persona muy relacionada con el fútbol, y mi padre se llevaba también muy bien con él.

Las familias Tamayo y Capel, con la tita Lola y el tito Cecilio, y mis padres
Mis padres salían mucho con todos ellos; tenían una relación excelente. Atrás quedaron aquellas cenas en las que de cuando en cuando se divertían, por ejemplo, en alguna sala de fiestas como Floria Park, cerca del retiro. Se divirtieron muchísimo; a ellos les ocurría con sus primos lo mismo que a mí con mis primos de Almería, que no había diferencia de edad cuando uno se siente tan sumamente agusto...
Y luego estaba la familia de mi madre en Almería. Mi madre tenía cinco hermanos; Manuel, Pepe, Encarna, Lola e Inocencio; y otros tantos cuñados. Manuel había enviudado (yo no conocí a mi tia Josefina) y se había vuelto casar con Maria, luego estaba mi tia Isabel, el tio Pepe Andújar, el tito Cecilio y la tita Rosalía. Y unos cuantos primos hermanos: Pepito (ya fallecido), Angel, Paco, Sagrario y Antonio Jesús, Cachita, Mari Carmen y Manolín; Pepe Luis y Juan Jesús, Lolita, Cecilio y Mari Angeles, y Jose Manuel (también fallecido, a él dedicaré una entrada de forma exclusiva) y Rosalía. 
Los seis hermanos Hidalgo del Aguila, junto a su madre


Mi tio Pepe y mi tia Isabel vivían en un Cortijo, en Los Llanos de El Alquian. La verdad es que no fuimos mucho alli, solo una vez, mis padres cuando viajaban a Almería iban siempre con el tiempo muy justo, y su Cuartel General era la casa de mi tia Lola, en El Alquián. Allí se instalaban y de allí se movían para ver a toda la familia. 

Mi tio Manolo y María vivían en la misma Carretera de Níjar, en una casa propiedad de la familia Hidalgo, que se situaba en la cera opuesta la Panadería. Recuerdo aquella escalera, en cuyo recibidor existía una puerta que comunicaba directamente con la Peluquería. Aquellas mujeres “alquianeras” bajo los secadores, los rulos, la sobrina de mi tia María ayudando en la Peluqueria. Mi tia María era una mujer muy guapa, y mi tio Manolo presumía de ello. 
Sonrisas de mis tios y de mi madre en una velada que debió ser maravillosa


En aquella Peluquería compartí algunos momentos con el familiar más célebre y prestigioso, el tito Manolo del Aguila, hermano de mi abuela e insigne persona en la cultura almeriense y andaluza. Autor de diversos libros y persona influyente, admirado en la familia en su entorno. Vivía en Costacabana, en alguna ocasión visité con mi primo Jose Manuel aquel chalet, aunque he de reconocer que no tuve una relación estrecha con él; nos vimos en contadas ocasiones. Siempre me preguntaba por mis padres, por mis hermanos, y siempre me aseguraba“La próxima vez que vaya a Madrid, te prometo que iré a veros…” Y siempre quedó pendiente esa próxima vez…
Comida en casa del tito Manolo y María. A la derecha se me ve parcialmente. Nos acompañaban mis tios Agustin y Antoñita
La tita Encarna y el tito Pepe vivían en la Colonia Los Angeles, al final de la Rambla, casi casi ya a la salida de Almería. Recuerdo una Rambla completamente distinta a la actual, con los coches aparcados de forma casi peremne, y aquellas pistas de autoescuela perfectamente adecuadas y utilizando el espacio de forma matemática. También recuerdo la basura que había en los aledaños de la Rambla, y el cartel en la parte superior de los pisos: Colonia Belén, que daba nombre al barrio. Recuerdo un cine, en una de las calles que bajaban hacia la calle Granada. Y la cochera donde el tito Pepe Andújar guardaba el coche. Y los coches, aquel Citroen 2CV rojo.

Foto tomada muchos años después, pero en casa de mi Tia Encarna...a la que siempre llevaré conmigo.

En la casa de la tita Encarna, donde vivió hasta hace muy escasos años, había que subir también escaleras hasta el 3º piso. Entrabas, y la cocina a la derecha, el pasillo hacia el comedor al final de éste, la habitación de matrimonio que salía a mano derecha, otro saloncillo donde había dos butacas y la tv, y la habitación de las dos camillas donde yo pasaría, años más tarde, uno de los mejores veranos de mi vida. Eso sí, el calor en casa de la tita Encarna era infernal. Y ella, que le gustaba la comida caliente, no… ¡hirviendo! Y yo que a la mínima, con la comida a esa temperatura me ocurría y ocurre como con el picante, que no hay toalla suficiente para mí… madre mía las que pasaría, en aquellas siestas de agosto, sin más aire que el que conseguía impulsar con el abanico que me prestaba, hasta que llegaba la hora de irme… Pero eso forma parte de otra historia, la del verano del 84, para la que aún quedarían años…


La Panaderia

Mi tia Lola y mi tio Cecilio vivían en una casa baja, en la Carretera de Viator, en El Alquián. Era una casa más una panadería; casi no sabías dónde empezaba una cosa y donde terminaba la otra. Para entrar, recuerdo que excepto los domingos por la tarde, siempre entrabamos por la puerta del despacho de pan. Ese olor característico…mmmmm….aún puedo recordar ese olor a pan recién hecho, y a harina. En el despacho estaba generalmente mi tia, ayudada a veces por mi prima Lolita, a veces por mi prima Mari Angeles, y en una etapa determinada quien regentó la venta del pan eran Cecilio y su mujer Ana. Luego se separarían coincidiendo con el final de una época, la de la panadería, que había durado muchos muchos lustros…

Navidades en casa de mi tia Lola. De pie, Jose Manuel y Cecilio. Y mi hermana al lado de Juan,  con sus inseparables...


En la panadería, a parte de mi tío Cecilio, mi tía Lola y Mari Angeles (Lolita ya se había casado con Juan y se habían ido a vivir a Almería) a quien veía, de los primeros, era a mi tío Manolo. Le recuerdo, con una barra especial de madera, en la puerta del horno, sacando el pan ya dorado y metiendo hogazas de pan..  Y también me acuerdo de Pepito, hijo de mi tío Pepe, y que falleció hace unos años.
Salias del horno, y entrabas prácticamente al Salón principal. Este tenía comunicación con la cocina, donde solía estar mi abuela sentada…. Me acuerdo que íba a verla y me la comía a besos. Es curioso, se me quedó grabado el recuerdo de sus manos asiendo las mías y un calorcito que me daban…. Fui la única abuela a la que conocí…
Rosalía, Jose Manuel, mi hermana, Lolita, Mari Angeles, el tito Pepe, la tit Lola, el tito Inocencio, el tito Cecilio, la tit Rosalía, Ana y su hijo mayor, Cecilio

Luego, subías la escalera y llegabas al primer piso. Allí estaba la habitación de Cecilio, que como se había casado era donde se alojaban mis padres, la de la abuela, y la de mi prima Mari Angeles. En aquella época, como es lógico, mis primas y mi hermana eran uña y carne. Lo mismo que yo con Jose Manuel. Y luego estaba la salida al patio, donde tenían un perro blanco que por las noches no me dejaba dormir…
En la parte de abajo, pegado a la puerta de entrada a la vivienda, había una habitación pequeñita. Tenía una cama mueble donde yo dormí en alguna ocasión. Y digo dormir porque de la habitación a la carretera de Níjar, habría aproximadamente unos 10 metros. En aquellos años, que no existía ni las actuales Autovía ni Autopista, todo el tráfico de Almería, incluso de Andalucía, hacia Murcia, pasaba por la puerta de la panadería… Imaginaos cientos de camiones pasando continuamente durante toda la noche. El ruido era ensordecedor, yo no quería nunca dormir allí aunque mis padres, sobre todo cuando era más pequeño y especialmente la última noche cuando debíamos volver a Madrid, me obligaban a pernoctar en la panadería. 


La otra casa del tito Cecilio y la tita Lola


Cuando mi primo Cecilio y Ana se casaron, mis tíos compraron una casa que se encontraba también en El Alquián. Bueno, más que una casa, era un chalet. Y además, gozaba de las últimas comodidades que incluso yo no había visto nunca en Madrid. “Tenía hilo musical”, por ejemplo. Su comedor era especialmente bonito; formaba un círculo con amplios ventanales que daban una vista del alrededor de 360 º; era la casa que, con cierta envidia, lo reconozco, yo hubiese querido que mis padres se comprasen en Almería para poder disfrutar, y, de paso, fardar. Pero me tuve que limitar a disfrutar los pocos años que la tuvieron; durante una breve época, Cecilio y Ana vivieron allí; luego cambiaron la casa por la vivienda de la panadería y finalmente marcharon a Almería, y la casa se vendió.

La tita Lola en el Chalet de El Alquian y la tita Mari al fondo


El tito Cecilio, el tito Manolo, mi padre y Cecilio,
 preparando unas migas
Mi padre y mi hermana arreglándose para la boda de Cecilio


Mi madre, en la previa a la Boda de Cecilio

En aquellos años se casó mi primo Cecilio. Mis recuerdos de la boda son difusos, aunque sí se me quedó grabado que aquella noche, para poner el broche final a tan magnífico día, se fueron todos a la Discoteca Galaxia y yo, por mi edad, no me dejaron. Por más que insistí, lloré, pataleé…no lo conseguí…y tuve que ver como mi hermana, que solo me llevaba 16 meses, sí le dejaban ir, lo mismo que a mi prima Angelita… Qué disgusto me llevé…



Galaxia era una discoteca que en aquellos tiempos, no había similar en muchos kilómetros, en muchas provincias, a ella. Venían autocares cargados de gente incluso de Malaga a la discoteca, de Murcia. Sus juegos de luces vanguardistas, su espectacular puesta en escena y un sonido muy vanguardista, mantuvieron la Discoteca en los más altos lugares en la noche no solo almeriense, sino andaluza. En la discoteca se grabaron algunos programas musicales, como Aplauso, y todas las noches, los fines de semana, una gran cantidad de personas llegaba y se marchaba a altas horas de la madrugada o incluso cuando el sol ya se había levantado. Lástima que a los pocos años, turbulencias en forma de asuntos sucios abrazaron a Galaxia con tanta fuerza que provocaron su propio incendio. A los años, la investigación de los hechos, dejó muchos cabos sin resolver…y el nombre de la familia Asensio envuelto de sospecha…

Otro día os hablaré sobre el Cortijo, la morada de mi tio Inocencio y mi tia Rosalía…ese rincón de mi pasado, de dónde manan esos recuerdos que hacen cristalecer mis retinas y me llevan a aquellos días, aquellas tardes y aquellas noches repletos de felicidad. Porque nunca se fué, porque siempre vivió y vive con nosotros y porque nadie se va si no dejamos de recordarlo...

viernes, 19 de octubre de 2018

Aquellos maravillosos años (III)

En aquellos años eramos una familia unida. 
La familia por parte de mi padre


Toda la familia de mi padre era de Villaverde. Y allí vivíamos, en Villaverde Alto. En la familia había varios hogares, cada uno correspondía a uno de los hermanos, así nos conocíamos por los Julianitos, Los Pilares, los Agustinitos y luego estaban los Teresitos, y  los tíos y primos segundos de mi padre que vivían también en el barrio. Luego había una parte de la familia con la que por razones que mi padre y tios conocían, no manteniamos relación. Un día me encontré en la Facultad de Periodismo con una prima tercera mía, Esther Teso...

Nochebuena en casa de Tio Luis en la Beata



Tio Luis y tia Antoñita bailando


Mi tío Luis y mi tía Pilar Vivian a nuestro lado. Nuestras casas se comunicaban por el patio. Y eso nos permitía un convivir más cercano, siempre cada uno en su casa, pero mi madre y mi tía Pilar se ayudaban con sus hijas y con nosotros, cuando era necesario. Luego mis tíos y primas se cambiaron de casa y se fueron a vivir a la Beata. Yo sobre todo recuerdo cómo iba a pedirle ayuda a mi prima Amalia en Matemáticas, con los problemas. Recuerdo las reglas de 3 en la cocina de su casa. Con mis primas nunca pude jugar demasiado, la diferencia de edad entre Amalia y Mari Pili, y yo, era importante.
Recuerdo también la tienda, Repuestos Villaverde, y cómo practicaba mecanografía en la trastienda, en la máquina negra super antigua que era el mismo modelo sobre el que  después me examinaría en la Plaza de la Villa, de Mecanografía…




La terraza de "los Agustinitos"
Mi tío Agustín y mi tía Antoñita, Luisa María y Agustín, vivían en Cuatro Vientos, en la calle Mirabel. Cuando a mi madre le operaron de la vesícula, mi hermana y yo nos quedamos a dormir en su casa. Recuerdo como hacíamos los deberes encima de la mesa pequeña que tenían, entre ceniceros,  porque mi tío fumaba. 

La casa tenía chimenea, un salón con muchísimos libros porque mi tío era un gran aficionado a la lectura (y ahora mi hermana empieza a decir ya te vale, Alberto, ya te vale, mucho escribir y no has leído un libro en tu vida…). 

Tenían una terraza estupenda, donde el aire hacia honor a la zona. Y la cocina unida al comedor, tipo apartamento americano, con una especie de plegable que cerraba o abría para comunicar, o separar, la cocina del comedor.





Nochevieja en la Calle Mirabel 
Y los dormitorios, siempre me llamo la atención ése aroma que le daba una diferenciación a la casa, no sé muy bien si era el parquet u otra cosa, pero recuerdo ese olor tan característico. Con Luisa la relación más estrecha la tuvo mi hermana, cosas de chicas supongo.  Solo cuando yo superé el pavo de la adolescencia me convertí en algo más que un primo hermano, o viceversa, al igual que con mi primo Agustín, fiel escudero o caballero, de mi hermano Julián.  Inseparables. Al igual que el pestazo a Ducados que dejaban por donde pasaban.




En casa de mis tios celebramos en muchas ocasiones Nocheviejas. La Nochebuena, por lo que sé, no era muy día de fiestas en la familia Teso porque mi abuela había fallecido un día de Nochebuena, y en la familia no habia muchas ganas de celebrar esa cena. Supongo que cuando nos hicimos un poco mayores, decidieron ir superando esa tristeza para que como niños, pudiésemos disfrutar también de ese momento. Recuerdo que mi tia Antoñita, que tiene otras virtudes pero la cocina no es su fuerte, nos preparaba un asado de Cabrito que voy a callarme el nombre que debería tener, porque estaba seco, tieso y durisimo, era incapaz de ser digerido. Y otra nochebuena recuerdo a mi hermana, esta vez en casa de tio Luis, pidiendole más champagne a mi padre.... al cabo de las horas, con una torta encima, le decía a mi madre: "Esto es peor que parir..."

En aquella casa gané mi primer sueldo. Me había preparado un cuento que contaba, que era el de “Los Tres Cerditos”, y en cada cumpleaños, recitaba con entusiasmo y vehemencia para ganarme unas monedas que llevar a mi hucha.  Siempre he tenido una fama de rácano, que mis hermanos han explotado hasta la saciedad. Pues bien, la realidad era otra, yo era una hormiguita que preparaba su “performance” con esmero y dedicación, y guardaba mi dinerito para luego poder comprarme cosas, bien en los frutos secos, o ahorrarlo por ejemplo para comprarme un nuevo Click de Famóbil. Sin embargo, me quedó ese sambenito que hoy por hoy, aún me acompaña…



Un sinfín de recuerdos. Un viaje alucinante al fondo de mi memoria dónde se amontonan las anécdotas y muchas cosas que contar. Al acordarme del cuento de los tres cerditos me vienen a la memoria los cómics que leía en casa de mi primo Agustín de Asterix, que tenía un montón; así como los Madelman que posteriormente luego me daría, y los libros de Los Cinco y Los Siete Secretos que también allí leíamos..