lunes, 15 de octubre de 2018

Aquellos maravillosos años (I)





Naci un 6 de abril de 1968. El dia que Massiel ganaba el Festival de Eurovision. Mis padres, Julian y Maria del Carmen, tenian ya el niño y la niña, mi hermano Julian y mi hermana Maria del Mar. Digamos que yo fui el fruto del cariño de una noche jarandillana.

De aquellos años, los recuerdos son como pequeños flash que te graban imágenes, y no sabes muy bien si pertenecen a la realidad o son una mezcla del recuerdo, de alguna fotografia que te pudo impactar o simplemente de la historia que tu entorno te ha podido ir contando al cabo de los años.




En mi caso, tengo una imagen con mi abuelo Pepe, yo en sus brazos, en un pequeño patio donde había un pozo y un barreño de latón, una verja con una planta con flores y una hamaca de madera. Esa fotografía virtual de mi cerebro se sitúa en El Alquián, Almería, y debía ser la casa de mi abuelo.


A partir de ahí, empiezo a consolidar recuerdos de mi niñez. Por ejemplo, una cama que mi padre había construido ex proceso y que era con ruedas, metálica, de no más de 40 cms de alto. También, ese pasillo de mi casa, el papel que rodeaba las paredes y que entonces se había instaurado como una moda.





La cartera del cole, cuando mi madre me llevaba al colegio y esas pinturas…la clase de 1° de EGBy el Colegio Villaverde. El olor que rebosaba en Villaverde del colector de Arroyo Bueno… los días de los Santos correteando por el Cementerio de Villaverde donde estan enterrados mis abuelos. Mis padres llamándonos la atención mientras saltábamos por encima de las tumbas. Niños, éramos niños


Mi padre trabajaba con un camión, se iba muy temprano, y volvía ya avanzada la tarde. Y mi madre trabajaba en casa, cuidando de nosotros. Y a los pocos años de mi nacimiento, sumó un nuevo trabajo a su curriculum. Mis padres abrieron una Tienda de Juguetes en el local que mi padre tenía justo debajo de nuestra casa. Deportes ALJUMA, que formaba su nombre con la primera silaba de cada uno de los nombres de sus hijos. Mi madre, así, debía llevarnos al cole, hacer sus tareas y también atender la tienda. Imaginaos lo que supuso para mis hermanos y para mí, ¡una tienda de deportes y juguetes! Sin embargo, mi madre, no daba para todo…



Solíamos tener la singular habilidad de sacarla de quicio. Y en respuesta, mi madre tenía un dispositivo muy avanzado para su época: un costurero volador.



Los picos del costurero, robusto de por sí, eran como demonios si te alcanzaban. Lo peor era que luego había que recoger dedales, agujas, bobinas de hilo, etc. También formaban parte de su arsenal cuatro taburetes, que como el costurero, habían aprendido a volar. Tenían tapa, y cuando alcanzaban su objetivo, ésta se abría y se vaciaba de las cremas de zapato, cepillos, etc., que en ellos se incluía. 







Por no hacer mención de las tijeras asesinas. Mi hermano y yo disfrutábamos de un partidazo de fútbol en el pasillo de mi casa. Pim, pam, pim, pam...la pelota iba de puerta a puerta como un cohete. Y de repente llegó Ella (mi madre). Sus manos acuchillaron la pelota al mejor estilo Norman en Psicosis, sólo que en lugar de la ducha y la cortina, era el pasillo y la pelota de Heidi...


Una de las anécdotas más sonadas en mi casa fue un día que comíamos paella. Mi madre, no sé muy bien por qué, no tenía un humor especialmente alegre ese día. Sentados los cinco a la mesa, y viendo que, como casi siempre, mis hermanos utilizaban (ellos lo negaran, claro) su mayor edad para hacer uso prioritario de los recursos, cogieron el único limón que había y lo dejaron más seco que la mojama. Mi turno. Cogí el limón y como podéis suponer, ni una gota. Y empezó mi rosario de quejas: “claro, como soy el pequeño…y yo quiero más limón…y siempre igual…y a mí nunca me dejan nada…” 
Fue sobrecogedor. Mi madre, que había ido poniéndose de verde a morada al escucharme, se levantó como un resorte, se abalanzó sobre el limón que quedaba, lo cogió con una mano y con una fuerza que solo ella, y el “pronto” Hidalgo consigue desarrollar, lo apretó con toda su ira mientras me gritaba: “¿Quieres limón? ¿Quieres limón?¡Pues toma limón, toma limón!” 
Aquello parecía un grifo. Yo, mudo y perplejo, contemplaba como un chorro inagotable de jugo había inundado mi plato. “¡Y ahora te lo comes, coño!”. Madre mía. Aquello no podía estar más ácido. Cualquiera decía algo…. Y mis hermanos riéndose por lo bajini… 

Qué afortunados éramos. Y teníamos siempre los juguetes ultima generación. Y qué noches de Reyes ayudando a mis padres en la tienda. Lo cierto es que toda la familia ayudaba. Venían mis primos, Luisa, Agustín, Amalia y Mari Pili, también mis tíos…todos colaboraban despachando y envolviendo, allí esas noches todos hacían de todo. Qué ilusión la de la noche de Reyes! Cuando yo era pequeño, a mí no me dejaban ayudar para que no se desvelase el secreto. Y yo, que no es que fuese un niño demasiado espabilado, me iba a la cama con mi Carta a los Reyes hecha y los nervios impidiéndome conciliar el sueño. Un año me había pedido un Scalextric. Y me había fijado en uno que mis padres tenían en el escaparate. 



A la mañana siguiente, al despertar, observé que en los pies de mi cama había un bulto, envuelto en papel de regalo. Desesperado, con la impaciencia propia de la edad y de ese día, abrí con ilusión el regalo y… ¡toma ya! ¡El scalextric! ¡Madre mía no podía ni respirar Cuando abrí la caja, visualicé una etiqueta de PVP que coincidía con el formato de etiquetas que mis padres utilizaban en la tienda…y descubrí así uno de los mayores secretos a los que cualquier niño un día ha de desvelar.



Las noches de Reyes tenían algo muy especial. Los bocatas de Morcilla y Oreja que ibamos a comprar al Bar de la Oreja y morcilla en la calle Alberto Palacios. Ese bar aun existe hoy. Deliciosos, porque eran algo que no siempre comíamos y aquellas fechas les daban un sabor especial. Y, tradicionalmente, a la mañana siguiente, los cinco nos íbamos a comer fuera. Era una especie de premio, de relajación tras días de tanto trabajo, que mis padres celebraban año tras año mientras la tienda estuvo abierta.


A veces fuimos a Griñón, pero mis recuerdos me sitúan en la Cueva del Vino, comiéndonos un churrasco aliñado con unas hierbecitas que le daban un sabor exquisito y siempre especial no solo por el sabor, sino por lo excepcional pues era un día al año.Primero, una vuelta por los alrededores jugaba al futbol en las postrimerías del Castillo, y después, a comer. Chinchón siempre ha sido especial para mí y para mi familia. Allí, rodeados de tinajas y autógrafos de famosos, aun puedo ver la felicidad de mis padres en aquellos maravillosos años.






De aquella época, mil recuerdos y otras tantas anécdotas. Las navidades para mí siempre han sido especiales también en mi niñez. Solía pasar unos días con mi primo José Manuel Tamayo, al principio, en su casa de La Coma y luego el venís también a mi casa. ¡Como nos lo pasábamos! Luego se mudaron a Eugenio Téllez en Madrid y de aquella casa también tengo huellas imborrables. Mi tía Berna preparándonos los bocadillos, Geles y Merceditas jugando con sus muñecas y José y yo bajando al jardín con sus amigos… En aquella casa un día casi me derrito de calor. En la mía no había calefacción, es decir, nos calentábamos con radiadores y mantas que los tapaban y bajo cuya amplitud buscábamos refugio y calentarnos. Así, en las noches, combatíamos el frio con capas de mantas, y bolsas de agua caliente.



Una noche en casa de Manolo y Berna, la primera noche que pasaba allí en Arganzuela, al acostarnos, mis tíos me dijeron: “Alberto, no te abrigues mucho que aquí hay calefacción central y no te hará falta taparte demasiado”. Pero yo, que estaba acostumbrado a taparme, no hice mucho caso. Tapado hasta las orejas con manta y todo. 

Mira. Qué mareo por Dios. Mi estómago parecía una hormigonera. Y, para variar porque eso es una constante en mi vida, una sudada que mi pobre tía tuvo que cambiar las sabanas…. Y yo, malísimo, diciéndole: “tía, de verdad que no me he tapado” ….

Es que eran otros tiempos. Entonces no había aire acondicionado, se podía respirar aun el olor a hollín en la calle y existían las cocinas como la de la tía Teresa, de carbón. Qué calorcito te daba al entrar a su casa. Acabo de acordarme de aquella vivienda lindando con la mía, no recuerdo muy bien quien allí habitaba, pero sí recuerdo que había un patio y un pozo en medio, y un taller. Dentro de la casa vivía una chica que yo no sé si era de mi edad, pero puedo ver su rostro de sufrimiento, la huella del perpetuo dolor de alguien que vivía postrada en una cama y con signos evidentes de parálisis cerebral.

En el siguiente portal vivía una pareja de ancianos bastante gruñones que no nos permitían hacer lo que más nos gustaba en la calle: jugar a la pelota. En frente, el señor Tiburcio y la señora María. Eran otro conflicto más por nuestro amado juego. Todo el mundo echándonos la bronca. Pero el momento sublime llegó cuando la mujer de Blas Noeda, primo hermano de mi padre, recibió un pelotazo en la cabeza y se presentó, como una posesa, en la tienda para quejarse a mi madre. Yo no podía hacerme más pequeño bajo el mostrador, mientras tras los estantes que separaban éste de la 1ª  trastienda, mi hermano y mi primo Agustín se partían de risa escuchando los lamentos, con la peculiar forma de hablar que tenía esta persona, ante mi madre.

Si es que eramos chiquillos, Pequeños saltamontes que veían a Kung Fu, Un Globo, dos globos, tres globos; los chirripitiflauticos y en mi caso los dibujos de Popeye, que me encantaban. Vicky el Vickingo, Calimero, Scobby Doo, la Hormiga atómica, el lindo Pulgoso y los Autos locos; Pepepótamo y el Gordo y el Flaco, así como Erase una vez el Hombre y también a Gaby, Fofó, Miliki y Fofito y Milikito. La muerte de Fofó fue una de mis primeras pérdidas, asi como la de mi añorado Félix Rodríguez de la Fuente.

Aun recuerdo la sintonía de "El hombre y la Tierra" y como nos juntábamos, en el comedor, con nuestros dos radiadores a los que cubríamos con mantas, una de ellas roja que era del abuelo Pepe (aún la conservo), y nos juntábamos en aquel sillón de 3 plazas marrón. Mi padre se sentaba, porque era su sitio, siempre en la derecha y mi madre en el orejero de al lado. Entonces salia el ciervo perseguido por los lobos, la cabra montesa que chocaba sus cuernos con su semejante, una serpiente peleándose con Félix en aquel lodazal... qué tiempos aquellos...







No hay comentarios:

Publicar un comentario

Si has formado o formas parte de mi viaje, estoy seguro de que tendrás algo que decirme...